La primera ola
Últimamente se habla bastante de olas. La covid-19 ha estado como un tsunami. El mortífero embate de la primera ola del desconocido coronavirus, desconocido SARS-CoV-2, se aplacó mediante un confinamiento ciudadano forzoso. Las dos primeras semanas fueron una experiencia insólita. Aquella parada inesperada fue como un bálsamo. Qué imagen ver bichos campando a su aire por el medio de las calles sin tráfico.
Carlota, vecina mía, que tiene diez años, dibujó un arco iris en una ventana. A las ocho en punto de la tarde salía al balcón, como mucha otra gente, y aplaudía en muestra de solidaridad con el personal sanitario que atendía como podía, y lo mejor que sabía en aquel momento, a las personas con el síndrome respiratorio asociado al coronavirus.
Las dos semanas de confinamiento se alargaron quince días más, y otros quince (y aquí dejé de contarlos, yo). En la cuarta semana de enclaustramiento domiciliario forzoso, Carlota ya no salía al balcón a las ocho. Cuando la veía, iba despeinada, como si se acabara de levantarse. Y diría que torcía la boca, ¡ay pobrecita! ¡Cómo podía quejarme yo -desorientado, con el sueño alterado, harto de noticias y de viendo la cara de amargura de aquella criatura!
La segunda ola
Escribo esto días antes de un semiconfinamiento propuesto por el Gobierno para parar la segunda ola del SARS-CoV2. Lo viviré diferente, esta vez. Si salgo adelante se lo tendré que agradecer a mi buen amigo de AACIC y psicólogo Fèlix Castillo y a las redes sociales. Sí, sí. Ya sé que estas redes son las calderas de Pere Botero en la tierra: donde se cuece lo peor de lo peor.
En agosto, recibí una notificación de AACIC por WhatsApp. Me decía que podía recuperar la charla virtual que había hecho el psicólogo Fèlix Castillo -lo conocéis, seguro- sobre la “nueva normalidad”, y que ahora estaba colgada en YouTube.
Saltar las olas en la playa
Fèlix sugería fortalecer nuestro sistema inmunitario para vivir en la “cacarejada” normalidad de mierd… (Piiiii). ¿La fórmula? 1) Descansar bien. Nada de engancharse al móvil hasta que se apaga la luz. 2) Comer saludable. 3) Dejar de ¡machucarse! En los países desarrollados, siete personas de cada manantial practican el popular deporte de echarse piedras en el propio tejado, dice Fèlix. La automachuqueria es terrible para el sistema inmunitario y para cualquier sistema.
Fèlix nos propone unos ejercicios, como hace habitualmente, para dejar de machucarnos, en este caso. El primero, es un ejercicio de respiración. Cuando tengas un rato en que puedas centrarte -yo ahora lo hago andando por la calle y todo-, inspira y expira, tranquilamente. Cuando notes que estás por lo que haces, inspirando, di “Me quiero”. Seguidamente, suelta el aire y suelta también todo lo que haga falta. Advertencia: no des vueltas, dice Fèlix, dilo y bastante. El segundo ejercicio es para hacer cuando tengas una reacción de aquellas en que te automachucas hasta quedar a la altura del betún de los zapatos. Pregúntate: “Si me quisiera, ¿habría reaccionado así?”. Y no esperes ninguna respuesta. Hazte la pregunta y ya hasta.
“No pensáis que el hecho de estar bien, de encontraros bien, de tener una actitud positiva es algo que decidimos así de repente y que en un momento todo cambia a nuestro alrededor. El hecho de encontrarse bien, emerge.”, dice Fèlix. “Si hacéis estos ejercicios, observaréis pequeños cambios en vuestro alrededor. Es posible que hayáis de prestar atención para daros cuenta.”
En septiembre hice los dos ejercicios con cierta regularidad. Un día, poco rato después de hacer el segundo ejercicio, me vino a la cabeza que de pequeño, en la edad de Carlota, como me hacía de feliz lanzarme de entre las olas de la playa. Ver como nacía e iba creciendo mientras se acercaba, el cosquilleo al estómago cuando ya la tenía justo delante y como todo se paraba cuando me lanzaba. Sentí las mismas cosquillas. (…) También me tragué agua más de una vez. ¡Agua con arena! ¡Ecs!
Jaume Piqué Abadal
Periodista, colaborador de la entidad
Vuelve a ver el Webinar Vivir y sentir la nueva normalidad, con el psicoterapeuta Fèlix Castillo
Esta reflexión forma parte de la Revista 26 de la Asociación de Cardiopatías Congénitas (AACIC) y la Fundació CorAvant