Todos recordaremos el 2020. La memoria, a menudo, nos desdibuja los acontecimientos positivos pero, definitivamente, marca a fuego aquello que nos ha hecho sufrir y que nos ha trastornado. Y por eso recordaremos el 2020, por el convulso shock que todos hemos sufrido.
La pandemia causada por la COVID-19 nos ha afectado a todos desde un punto de vista personal, social, económico y profesional. En mi caso, y desde un punto de vista personal, he vivido –y vivo este periodo con una notable sensación de incertidumbre en relación a la evolución de la enfermedad, las medidas de protección marcadas por las autoridades y las investigaciones médicas sobre una posible vacuna. Los familiares de personas con cardiopatías (así como otras personas pertenecientes a grupos de riesgo) añadimos, por supuesto, una angustia suplementaria que se debate constantemente entre extremar las medidas de precaución y la necesidad que la vida continúa en aquello que se ha denominado la nueva normalidad. Obviamente, lo vivimos todos de nuestra manera y a cada uno le afectará en mayor o menor medida, pero lo que es evidente es que la sensación de ansiedad nos ha venido a visitar a todos durante estos meses para dejarnos muy descolocados durante un buen rato.
Con relación al ámbito profesional (soy abogado), la crisis económica y la sanitaria han promovido muchos cambios legislativos y también la posibilidad de teletrabajar. Ciertamente, los aspectos y las consecuencias legales de la pandemia han tenido y están teniendo una importancia capital y nos han obligado a incrementar los esfuerzos para actualizarnos constantemente. Efectivamente, el teletrabajo se ha incrementado, a pesar de que, al menos en mi caso, ha estado necesario instaurar las medidas suficientes para garantizar el trabajo físico para volver a la actividad ordinaria del despacho; objetivo que, a pesar de las dificultades, hemos conseguido con éxito.
La pandemia, en todo caso, nos ha dejado cicatrices y conclusiones evidentes; una de ellas, quizás la más destacada, es la necesidad de contar con un sistema sanitario fuerte, potente y preparado. En este sentido, podemos coincidir en el hecho que hace falta una mayor inversión en este campo y una transformación del modelo económico hacia una economía más basada en la investigación, el desarrollo y la ciencia como instrumento de rentabilidad económica o, en todo caso, que sitúe la salud al lugar de preferencia que se merece entre los objetivos de cualquier administración.
La pandemia nos deja, así mismo, aprendizajes y retos de futuro. Obviamente, la investigación de una vacuna o de los fármacos que nos ayuden a superar la actual situación parece fundamental a pesar de que, al mismo nivel, tendríamos que abordar urgentemente el establecimiento de protocolos y planes de contingencia para evitar que nuevos episodios futuros vuelvan a bloquear el sistema sanitario, la economía global y, muy profundamente, nuestras vidas.
Según nos dicen, tendremos que aprender a convivir con este virus y, parece que también, con nuevas crisis sanitarias en un futuro reciente, lo cual nos situará en una nueva normalidad perfectamente anormal y, por qué no decirlo, algo más triste que la que conocíamos. Como al cuadro de Caspar David Friedrich, nos toca observar el mar de nubes, andar en él…
Borja Pardo
Patrón y secretario de la Fundación CorAvant
Esta reflexión forma parte de la Revista 26 de la Asociación de Cardiopatías Congénitas (AACIC) y la Fundació CorAvant