Las etapas en que es dado de transitar por la vida nos invitan o nos dirigen a cambiar de chip. Los cambios de edad, los paulatinos grados de formación, los diferentes roles que vayamos asumiendo, los siempre renovados retos familiares, laborales y sociales, todo ello, nos aboca a adaptarnos.
«Vivir en el presente» nos asalta como expresión sintética de la autenticidad. La sentimos al oído, recomendación secreta de un arrebato milenario. Sabiduría remota.
¿Creer o saber? ¿Fe o conocimiento? Intuitivos como somos ¿tendemos a eludir la cuestión? ¿Tenemos suficiente con una respuesta breve, un remedio milagroso, una medida global y simple?
La nefasta situación social, económica, política y mediática que arrastramos, sin haber superado la crisis del 2008, se ha acrecentado con la envestida de la pandemia. La reacción inicial delante del confinamiento fue de sorpresa, de temor y, a pesar de todo, de disciplina.
No solemos confesar que tenemos prejuicios. Pero todos tenemos, poco o mucho. Somos conscientes de ello cuando nos damos cuenta de que hemos cambiado de opinión.
El tiempo pasa volando. Lo constatamos cuando nos damos cuenta que los años fluyen con un empuje imparable.
Cuando seas mayor, ya lo entenderás, nos decían de pequeños. Y, fieles a la tradición, lo hemos repetido a los nuestros. Nos hacemos mayores y aún así no crecemos en comprensión.
Aparecen en las redes antiguas frases de políticos y celebridades. Los discursos, las intenciones, las alabanzas de antes y ahora son diametralmente opuestos. Flagrantes contradicciones. Mentiras de antes y de ahora.
La prensa impone modas, opiniones, pensamientos más o menos acertados y efímeros. La insistencia con que nos tortura como una carcoma con las mismas noticias, ideas, expresiones y palabras, no hacen sino que revelar el carácter artificioso del circo de la comunicación.
Ante el dilema de optar entre el blanco o el negro, elegir carne o pescado, votar derechas o izquierdas, por ejemplo, se ha instalado la idea de que el camino del medio es la solución sabia.
La vida nos fuerza a decidir. Cada día nos encontramos en cruces de caminos donde nos vemos obligados a tirar hacia un lado u otro. Afortunadamente, porque con los retos que el azar nos depara tenemos la posibilidad no sólo de darnos cuenta de que estamos vivos, sino de gobernar nuestro rumbo.
Os propongo, me propongo, un juego inocente, pero productivo: cambiar de chip. No una vez, sino muchas, a menudo, tal vez cada día, cada semana si lo deseáis, o una vez al mes por lo menos.