Editorial

El camino del medio

Ante el dilema de optar entre el blanco o el negro, elegir carne o pescado, votar derechas o izquierdas, por ejemplo, se ha instalado la idea de que el camino del medio es la solución sabia.

Equidistancia tiene resonancias de ecuanimidad y, sin duda, en ocasiones debe ser así. Pero no siempre, porque aunque optar por el gris quizás es un auténtico acto de humildad y, en este caso, hay que admirar su rareza para los tiempos que corren, a menudo supone, desgraciadamente huir de estudio, o, dicho de otra manera, la voluntad de no destacar, pasar desapercibido y por tanto de no asumir la cuota solidaria que nos corresponde como animales sociales. A veces, para contentar a todos y no forzar a decidirse, se instaura el camino del medio. Se invita a no elegir. ¿Carne o pescado? No hay que elegir, porque la tradición culinaria se ha inventado un mar y montaña para chuparse los dedos (pollo con cigalas, o bacalao con butifarra negra, o un arroz a la cazuela con gambas y cabeza de costilla). ¡Huid de un solo ingrediente! Nos lo recomienda la moda de ahora, hecha de mezclas. De postre, ¿una pieza de fruta? No, de ninguna manera, ¡macedonia! Y respetamos moda y tradición. Nada que decir. Pero mientras tanto, el sincretismo va ganando terreno. En el ejercicio democrático de votar de vez en cuando también se nos impone esta tendencia. ¿A quién votaréis? No sé en cual candidato depositar la confianza, nos confiesa el amigo. Y la decepción, que se extiende por culpa de los profesionales de la gestión pública, hace aumentar el absentismo. ¡Y si hay de partidos! En cambio, ni derechas, ni izquierdas: o bien el centro, o bien nadie. Sí, el camino del medio. Ya sé que esto de la política no se puede simplificar y que muchas papeletas depositadas en la urna expresan a menudo un castigo, más que una adhesión. Pero es comprensible, porque en el juego de la política quien reparte las cartas y establece las reglas siempre es el tahúr. El problema radica en que el ciudadano sólo tiene mano de vez en cuando y los políticos cada día. ¡Qué juego más bestia, que diría el loro! Cambiamos de chip, porque el camino del medio no siempre conviene como la mejor de las soluciones. Un poco de radicalismo no nos iría mal. Pensemos que radical viene de raíz, y significa arraigado, que nace de la tierra, del territorio. Y hermanarnos al paisaje, aunque sólo sea un tiesto con un geranio, y constatar que nunca tiende al gris y que, generoso, se nos muestra siempre radicalmente coloreado.

 

Jaume Comas
Fundación CorAvant