Me llamo Ester y tengo 23 años. Mi historia se remonta al verano de 2012, cuando mi hermano, tres años menor que yo, empezó a sufrir taquicardias sin motivo aparente. Después de someterse a varias pruebas de diagnóstico, en la Navidad de 2012 el cardiólogo nos confirmó que padecía una cardiopatía congénita y que, por tanto, era necesario que yo también me sometiera a todas las pruebas. Sin embargo, un mediodía al volver a casa de la universidad empecé a notar que el corazón se me aceleraba y la vista se me empezó a nublar. La última cosa que recuerdo es una sensación extraña de ligereza, como si estuviera flotando. Afortunadamente, sólo estuve inconsciente unos minutos durante los cuales un grupo de personas, al que siempre estaré agradecida, me trasladaron de la calzada a la acera y llamaron a la ambulancia. Irónicamente, ese mismo día mi padre había ido a recoger los resultados de las últimas pruebas que me había hecho, que no rebelaban ninguna anomalía. Así pues, mientras me llevaban al hospital para hacerme los estudios pertinentes, todos pensábamos que el desmayo se debía a una bajada de azúcar y que aquello quedaría en una anécdota sin importancia, pero desgraciadamente no fue así.
Pasé 12 días ingresada en la Unidad Coronaria del Hospital Clínic de Barcelona, donde fui diagnosticada con una miocardiopatía hipertrófica congénita. El 23 de abril de 2013 me sometí a una operación para implantarme un DAI y prevenir la muerte súbita. Debo confesar que al principio no estaba muy convencida de operarme y, incluso, después de la cirugía seguía pensando que quizás el equipo de cardiología se había precipitado y no hubiera sido necesario operarme. Desgraciadamente, el tiempo terminó por darles la razón y en junio de ese mismo año me volvieron a ingresar. Aunque esta vez ya llevaba el DAI, la arritmia que sufrí fue tan fuerte que me volví a desmayar. Me dijeron que si no hubiera sido por el DAI muy probablemente no lo habría contado.
Tras estudiar mi expediente y ver que la fisonomía de mi corazón y la del corazón de mi hermano eran idénticas, el equipo de cardiología consideró que era pertinente implantar un DAI a mi hermano a modo de prevención. Así pues, a finales de agosto de 2014 mi hermano se sometió a la cirugía y afortunadamente no ha sufrido ningún episodio grave hasta el día de hoy.
No voy a negar que a los 21 años el proceso de asimilación de una cardiopatía y de todo lo que ésta implica es bastante duro, especialmente cuando te toca vivir la enfermedad por partida doble, pero afortunadamente a lo largo de este camino he contado con el asesoría de un equipo médico excelente y con el apoyo incondicional de mis familiares y amigos, a quien nunca podré agradecer suficiente que me hayan apoyado siempre que lo he necesitado. Sufrir una cardiopatía no sólo ha sido una experiencia negativa, ya que me ha hecho madurar y me ha permitido darme cuenta de las cosas que son realmente importantes en la vida.
A través de mi testimonio quiero hacer llegar un mensaje de positivismo y esperanza a todos aquellos que padecen una cardiopatía, ya sea de manera directa o indirecta. Decirles que, a pesar de las limitaciones que implica esta enfermedad, podemos salir adelante. Recordarles que la felicidad es una actitud y que, por tanto, nosotros somos los únicos capaces de decidir cómo nos queremos enfrentar a las adversidades de la vida. Como dice Vivian Greene, «la vida no se trata de esperar a que pase la tormenta, se trata de aprender a bailar bajo la lluvia».
Ester Silvestre