Parece que Kübler-Ros se lleva la medalla cuando vas pasando por cada una de sus etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Exacto… Hablemos del luto. Hoy tengo ganas de hablar del luto.
Cuando nos dieron el diagnóstico me dolió; y como yo, todas las familias corvalentes hemos tenido que ir salvando las curvas de Kübler-Ros, el Dragon Kan versión sentimental.
Luto, palabra oculta. Disimulamos, estamos bien. Menos mal que, a pesar de todo, somos afortunados porqué el corazón es el órgano más estudiado del mundo mundial.
Qué pensamiento más ridículo, ¿no?, pues, este fue mi primer pensamiento. Etapa negacionista.
Luto, una palabra fea y poderosa. Luto, un sentimiento oscuro y reluciente, difícil de llevar, pero que va cargado de una ferocidad tan inmensa que la ira rezuma.
Luto, que te hace enfadar, que evoca al sentimiento más profundo de injusticia. No es justo que le pase a él, tan pequeño, tan frágil…como si fuera más justo que le pase a otro. Y este sentimiento tuyo, injusto, va pesando y pesando hasta que el pozo es tan fondo que empiezas a tener curiosidad de la luz que parece que va sacando la nariz. Entonces, lloras.
Luto, un proceso que nos ha acompañado y me seguirá acompañando, porque el camino de la vida son la suma de cada uno de los aprendizajes de aquellos lutos que hemos ido tomando y que aceptas.
Es así, detrás un diagnóstico, hay una vorágine de sentimientos muy xungos… y haces un luto.
¿Hacemos un luto o hacemos una nueva versión de donde ponemos la mirada? ¿Qué hemos perdido a raíz del diagnóstico?
De hecho, poca cosa, por no decir nada.
Llega el día que te das cuenta que, cuando las expectativas son menos exigentes, dejas de perder para pasar a ganar. Sí, aquí hemos ganado mucho y muchos: lazos indestructibles, superaciones increíbles, creatividad práctica, humor inteligente, palabras curativas, abrazos oxigenadores, cicatrices modeladoras y lucidez devastadora.
Seis años más tarde, una mano entera y un dedo de la otra, lo miras y aceptas que la vida nos ha llevado a conocernos y leernos, con la excusa del corazón, y que, las hemos pasado gordas sí, unas más que otras, cada cual desde su parcela, pero aquí estamos, año tras año, leyéndonos para celebrar la vida y para decirnos que no estamos solas.
Y sin más, seis años más tarde, va por ti, Ramon, pequeño corvalent y por el compañero de hospital, Quim, la pequeña estrella que hemos tenido que aceptar y dejar marchar.
Maria Bonich