Editorial

Un juego inocente pero productivo

Os propongo, me propongo, un juego inocente, pero productivo: cambiar de chip. No una vez, sino muchas, a menudo, tal vez cada día, cada semana si lo deseáis, o una vez al mes por lo menos.

El término ‘chip’ lo popularizó Puyal con el título televisivo de aquel programa en el que se resumía la biografía de una persona y al que se acababa regalando un diario publicado el día de su cumpleaños. Por otra parte, la presión de la globalización y, por tanto, de la fuerza vehicular del inglés, ha extendido el uso pedestre de ‘chip’ en vez del castellanismo patatas de churrero, pero que yo todavía no he renunciado a llamar patatas fritas, como siempre habíamos dicho de pequeños, incluso antes de saber algo de la vida y de las patatas. Pero, según la revolución científica, el sentido estricto de ‘chip’ equivale a la pieza diminuta que forma parte de un circuito integrado y que contiene varios dispositivos electrónicos. Todo el mundo entiende que cambiar un chip, pues, supone una transformación importante, una variación de la secuencia que puede llegar incluso a cambiar el sentido de la serie, del circuito o de lo que sea. Sustituyendo un chip por otro hacemos un pequeño gesto que tiene una relativa gran trascendencia, es decir, una acción aparentemente trivial que implica un cambio significativo. Para fin de año mucha gente se compromete a adelgazar, hacer deporte o dejar de fumar, etc. Nada que ver con lo que os propongo, me propongo. Mi juego no es una meta a medio o largo plazo, sino inmediata. Y no debe suponer ningún esfuerzo o, en todo caso, muy poco. Para cambiar de chip sólo hay que hacerse una pregunta y responderla con sinceridad. El objetivo no es otro que romper con la rutina, no dejarse llevar por el ánimo con que actuamos sin darse cuenta de ello. Por ejemplo, pregúntese de qué se quejan, pida sesión que desaprueba, qué os inquieta. Supongamos que va en coche al trabajo y malas las motos. O que os traslade a pie y en transporte público y está contra las bicicletas. Supongamos que no tolera los coches para que su opción es el taxi. O que como viene en bicicleta reprueba los gases que emiten los autobuses. Sois conscientes de que muchos ciudadanos un día u otro han ido en coche, en moto, en bicicleta, en taxi, en autobús y en pie? Si pensamos que siempre son los otros los culpables de nuestra insatisfacción, no deberíamos cambiar de chip y ponernos en la piel del otro, bien mirado, podemos ser nosotros mismos? En la próxima ocasión os propondré cambiar otro chip. Ya me diréis si vale la pena.

 

Jaume Comas
Fundación CorAvant