Decimos que se nos tuerce la voluntad, la intención, la conducta, la mirada, pero no decimos que se nos tuerce el corazón. En todo caso el corazón se nos rompe. Se nos rompe el corazón cuando vemos el dolor de los demás, cuando tenemos la sensación de no poder hacer más, cuando estamos desvalidos y desorientados, como si fuéramos los únicos que pasamos un mal trago.
Hace muchos años que conozco AACIC y lo que más me admira es la rectitud con que siempre ha actuado. No sólo no se ha desviado de sus propósitos iniciales sino que ha asumido nuevos retos. Ninguno torcido, sino todo el contrario. El comportamiento de su gente -profesionales y voluntarios- merece los mejores elogios. Y alcanza los objetivos que se propone para que su método de trabajo se base en una disposición crítica de mejora constante. La función inicial de la asociación no era sino compartir la experiencia de las cardiopatías entre las familias que tienen un hijo o una hija con cardiopatía congénita: saber el alcance de los corazones dañados, escuchar a los profesionales sanitarios, acompañarlos y aprender de los avances clínicos de todo tipo; pero, sobretodo, no permitir que un corazón roto, sólo uno, se sintiera desamparado, sin orientación o, al menos, sin compañía. Se me ensancha el corazón cuando me llegan buenas noticias de AACIC.
Jaume Comas