Editorial

Cuando el hijo o la hija del cual hemos cuidado con tanta cura se convierte en adolescente

Jaume Funes. Psicólogo, educador y periodista.

El tiempo pasa para todos. Los niños dejan de ser niños. Nuestros hijos han empezado a cambiar. Casi de golpe, cuando tienen 12 o 13 años, parece que comienzan a ser otras personas. Todavía parecen niños pero dicen que lo saben todo y nos tranquilizan diciendo que controlan las situaciones. Justo empiezan la adolescencia y nuestra vida adulta se llena de desconciertos.

Su lenguaje nos descoloca, sus actitudes, su apatía o sus crisis inexplicables. Como adultos preocupados por su educación nos invaden nuevas preocupaciones, nuevas sensaciones. En medio de los cambios biológicos de la pubertad empiezan la adolescencia y, por lo menos durante cuatro primaveras, se dedicarán a ser adolescentes. Nosotros, los padres, ya más maduros y menos flexibles, también deberíamos cambiar, acostumbrarnos a una vida más entretenida. Una parte de las preocupaciones educativas ya no serán las mismas y la manera de continuar la educación será, en parte, diferente. Ahora la preocupación es cómo continuar educando (como siempre lo habíamos hecho) pero teniendo en cuenta que se trata de adolescentes.

Entre la bronca y el riesgo

Generalmente a los padres nos dominan dos grandes vivencias en este periodo vital. Por una parte, el desconcierto ante los conflictos y, por la parte, la angustia que genera la incertidumbre de los riesgos. De este modo, aparece una tensión permanente, una tendencia al conflicto sistemático que va creciendo y nos transmite la impresión que algo estamos haciendo mal o que los hijos se han vuelto problemáticos. Del mismo modo,  tenemos miedo que todo se estropee, que fracase nuestra tarea educativa y el cuidado que hemos demostrado hasta el momento y que, por culpa de su etapa de adolescencia, acaben teniendo vidas problemáticas.

Es  momento de descubrir que tienen que enfrentarse a nosotros para afirmarse. Practican con nosotros el «rebote» porque es el mecanismo primario para evidenciar que han abandonado la infancia. No podemos confundir  conflictos con problemas. Tendremos que renunciar a muchos de nuestros «órdenes» de adulto, seleccionar los motivos de enfrentamiento, aprender estrategias (contar a trescientos, respirar antes de reaccionar, saber despistar, esperar otro momento para llamar la atención, etc.), conservar cuando se pueda un poco de serenidad para no caer en sus provocaciones. No queda más remedio que reconocer que los conflictos son inevitables y que la vida ordenada y estable ha llegado a su fin, al menos temporalmente.

También para ellos, que deben convivir con sus patologías, la adolescencia supondrá el descontrol y juntos tendremos que construir una manera adolescente de gestionar la salud, la enfermedad, la prevención. Sin embargo, la nueva gestión de su mundo adolescente pasa por rehusar el pasado infantil, incluyendo los condicionantes de su patología y las tutelas adultas llenas de preocupaciones con las cuales han convivido.

Los exploradores reprimidos que gestionan experiencias

El segundo grupo de tensiones tiene que relación con los riesgos. Es como si estuvieran dispuestos a comerse el mundo, supuestamente llenos de capacidades y conocimientos, mientras que a nosotros nos domina la incerteza y la angustia. A menudo repito, siguiendo una definición suya, que el adolescente es un “explorador reprimido”. Una persona atraída por mundos que desconoce, que se adentra en las diferentes selvas de una nueva vida con la curiosidad y la angustia del descubridor, satisfecho de su control, inseguro porque no dispone de ningún mapa. Pero que también tiene detrás suyo muchos adultos miedosos que sólo piensan decir “vigila”, “por aquí no”, “espera”, “atención con el peligro”, “no vale la pena arriesgarse”…

Llegar a la adolescencia supone descubrir diferentes vidas, mundos desconocidos, experiencias que atraen. Para poder continuar siendo útiles en sus vidas es necesario recordar:

  • No debemos ver un problema detrás de todo lo que hacen. Preocuparse por los hijos adolescentes no es sólo y en primer lugar preocuparse por sus posibles futuros problemas. Esto conduce a crear anticipadamente el problema.
  • En diferentes grados y maneras, la adolescencia es para todo el mundo una etapa de experimentación y descubrimientos (también para los adolescentes con discapacidad o que deben vivir gestionando una enfermedad). El riesgo, lleno de atractivos, forma parte de la condición adolescente. Además, nuestra experiencia no les sirve y no les podemos ahorrar las dificultades que nosotros tuvimos. Sin embargo, siempre necesitan tener al lado adultos cercanos y positivos (también alguien que no sean sus padres) que los ayuden a aprender de sus propias experiencias.
  • Nadie madura sin asumir o correr riesgos. No es ni posible ni útil mantenerlos en una especie de invernadero vital, salvo que se quiera poner en peligro la construcción de una personalidad equilibrada y responsable. Cuando tienen algunas dificultades singulares que requieren especial atención también este criterio es válido. Algún riesgo deben correr y no pueden tener una adolescencia pautada. En medio de este panorama destacan a menudo ciertas preocupaciones: tal vez el riesgo de que abandonen los estudios, en otro momento experiencias sexuales inapropiadas, a menudo su iniciación en el uso de diferentes drogas, la pertinencia a grupos que consideramos negativos, etc. No se puede hacer una clasificación de los riesgos en función de nuestra preocupación adulta. Las drogas, por ejemplo, no son más importantes que los accidentes, o éstos más que una experiencia amorosa despersonalizada.

Tal vez debería quedar claro que no se trata de obsesionarse por  los riesgos, sino de cuidar de los jóvenes. Ellos viven más o menos inmersos en los riesgos y la educación  consiste en enseñarles para que aprendan a gestionarlos. También debemos evitar sentirnos abrumados por nuestros interpretación preocupada y problemática. Tenemos que leer, interpretar, comprender sus comportamientos de riesgo, considerar lo qué significan en su lógica adolescente. Por esta razón, es necesario entender su mundo y evitar mirarlos como un problema presente o futuro, descubrir sus argumentos, sus sentidos, sus lógicas vitales en los que el futuro está muy lejos.

Tener esperanza. Saber mirar y escuchar

La adolescencia es mucho más y aquí hemos presentado sólo dos. Son también un corazón que se enamora, un personaje que intenta descubrir quién es, una persona que siente emociones intensas o que descubre críticamente la falsedad del mundo adulto. Tampoco debemos olvidar que hay adolescencias muy diferentes y que no existe el «buen» adolescente.

No todos son conflictos y angustias. De vez en cuando las cosas se calman y, también, aparecen momentos de bonanza, en los que podemos volver a ocuparnos y volver a sentir que aún somos útiles en su vida. Pero, para poder serlo, todo empieza con la lectura de su vida tratando de descubrir y entender a pesar de las confusiones. Necesitamos conjugar cinco verbos: mirar, ver, observar, escuchar y preguntar. Éste último no tiene nada que ver con el hecho de programar en la agenda una entrevista o interrogarlos en el sofá de la sala de estar. Es necesario adquirir una nueva habilidad para saber cómo hacer «preguntas» y obtener información útil.

No podemos hacer ver que no existen; no podemos vivir sus adolescencias entre los silencios del adulto. Necesitamos encontrar diversos lugares con presencia adulta en los cuales puedan hablar y discutir sobre sus vidas, angustias (ellos también las padecen) y dudas. Buscan momentos de escucha, a menudo en los momentos más imprevistos.

La adolescencia es una etapa que dura algunos años (a veces demasiados) y podemos ayudar facilitando su responsabilidad, que algún día termine. Los adolescentes también «maduran», pero no avanzan de manera lineal. Se paran, vuelven atrás, dejan de querer mirar hacia adelante, aceleran repentinamente. Las dosis de paciencia y esperanza necesarias pueden superar todas las expectativas. Van cambiando en la medida que les rodea esperanzas positivas, y hasta su adolescencia se acaba. Muy al final, nos agradecen haber estado a su lado.