Editorial

Entenderse con adolescentes

Pau López Vicente. Doctor en Psicología y profesor de la FPCEE Blanquerna-URL

Me llamo Uf, ¿qué pasa?

No sé si es fruto o consecuencia de la sociedad líquida de Bauman, pero lo que sí es evidente es que cuando parece que hemos entendido algo de las adolescencias- no de la adolescencia-, éstas ya han huido, y nos encontramos ante las nuevas adolescencias, de nuevas manifestaciones y situaciones que determinan los diferentes contextos socioculturales en permanente cambio. Esto se hace evidente cuando nos decimos «el segundo hijo es muy diferente».

Aun así nos esforzamos para atrapar el tiempo y queremos entender para atender, a pesar del sentimiento inevitable de inseguridad que nos genera esta aceleración y fluidez de la vida. En medio del océano de incertidumbres, siempre descubrimos algunas islas de certeza, tal y como expresa E. Morín, y estas certezas aparecen nítidas cuando observamos y escuchamos.

-«Mi madre me parió el pasado invierno del siglo pasado… y dicen que soy un adolescente nativo digital… ¡y la esperanza del siglo XXI! No sé si esto es bueno o malo. Lo que sí sé es que durante toda mi vida, toda, siempre he oído que «hay una crisis». Es un tema que a los adultos les gusta comentar y repetir… y los tertulianos compiten por destacar los aspectos más dramáticos… y que el futuro será muy negro en seguridad… – Hombre, ¡pues gracias por los ánimos! ¿Estarían más guapos calladitos?»

1.

Desde hace algunos años en lugar de hablar de adolescencia, hablamos de adolescencias. Es una manera de reconocer que no hay dos iguales-esto es una certeza- a pesar de algunas obvias características comunes que nos hacen estudiarlas como un periodo vital más o menos definido. Para no perderse en la complejidad de la persona y poder organizar y concretar el análisis de cada período vital, es útil centrarse en cuatro ámbitos: el ámbito biológico (cambios físicos, motrices, hormonales, cerebrales, entre otras); el ámbito emocional (estado de ánimo, descubrimiento de nuevas emociones, autoestima); el ámbito cognitivo (cambios en la manera de razonar, lenguaje metacognitivo…); y el ámbito social (relaciones, interacciones, microsistemas, mesosistemas…) ¡Y naturalmente, observando y escuchando!

2.

Todas estas cuatro áreas están entrelazadas y ninguna de ellas se explica sin las otras. La interdependencia es bien conocida y eso podría ser otra certeza: queremos entender y atender la persona entera, no en partes. Aun así, en este escrito pondré más énfasis en el ámbito social porque es un epicentro con potentes proyecciones sobre los demás ámbitos, y muy particularmente en este período que situamos entre los 12 y los 20 años aproximadamente.

-«Sólo les importa si apruebo la ESO que, por cierto, he repetido un curso, y si fumo o no fumo porros. También hablan del día de mañana, un concepto extraño. Para mí mañana es mañana, o el próximo curso como mucho. Para ellos es cuando seas mayor. Ni lo entienden ni lo entiendo. Si todo estará tan mal como dicen no tengo ninguna prisa para llegar a lo que ellos llaman el día de mañana, sinceramente. Creo que lo mejor será volver a repetir curso. ¡Ah! Y no les importa lo más mínimo estos cuatro ámbitos que describe la persona que escribe este artículo. Estudiar y porros, ¡y eso es todo! A menudo discutimos y entonces me dicen que deberían haberme llamado Uf, porque siempre me quejo de todo. Creo que suena bastante bien».

3.

Pues sí, uf, con sus 16 años, considera las cosas, piensa y es crítico, contrasta sus percepciones y pensamientos con las de los padres y maestros. De esto, James Marcia lo llama construcción de la identidad. Y sí, realmente creo que esto es otra certeza: la necesidad de contrastar, de cuestionar, de debatir  y contradecir, de negociar para construirse como persona, para identificarse. En este punto, el papel de los adultos es muy importante, pero el papel de los grupos de amigos y compañeros es clave. De hecho podemos hablar de la importancia del entorno social de los adolescentes.

-«Con los padres y maestros a menudo discutimos… no con todos, o guardo silencio para no discutir. Suerte tengo de los amigos, que cuando estamos juntos hacen que me sienta dentro de un ambiente lleno… de un aroma de libertad. Los amigos enganchan mucho ¿sabéis? Les quiero tanto…»

4.

Nos damos cuenta de que aquí se entrecruzan los ámbitos social, emocional y cognitivo; vemos la importancia de las relaciones con los compañeros del instituto que el adolescente siente como más cercanos, con los profesores, con la familia, con los compañeros de ocio, del baloncesto, del viernes por la noche o los del pueblo de verano. Estos entornos, estos microsistemas, adquieren una gran relevancia en la adolescencia; son las áreas de contraste donde construirse y crecer, y los adultos estamos involucrados directamente en algunos, pero no en todos. El adolescente está descubriendo su mundo, su intimidad, sus amigos, sus personas más significativas  y el adulto debe saber encontrar la distancia óptima: ésta es precisamente la cuarta certeza. Ello requiere ser sensible (observando y escuchando) para poder situarse donde corresponde en cada momento: más cerca o más lejos, con la duda de saber cuál es esta distancia óptima, si es preciso dejar más cuerda o recogerla. Pero éste es el problema de los adultos que queremos entender y atender adolescentes. No es un problema de los adolescentes.

5.

En esta dinámica de contraste y construcción nos damos cuenta que todos tenemos razones pero nadie no tiene la razón. Es un gesto de humildad  necesario y una quinta certeza en medio de un océano de incertidumbres. Hablar y contrastar con nuestro hijo o alumno adolescente no significa llegar a convencer al otro, sino a poner las razones encima de la mesa, de manera sincera, sin tapujos, de una manera clara y respetuosa, con la sensibilidad que requiere cada persona y cada situación. Tal vez demasiado a menudo utilizamos términos apocalípticos para referirnos a los cambios que se experimentan en la adolescencia y la identificamos como una etapa de perplejidad, de desconcierto, de banalización, en vez de considerarla como un período extraordinario de construcción, de creatividad y toma de conciencia. Una etapa de descubrimiento en el cual se elaboran las convicciones, los valores, los ejes claves del desarrollo futuro del adulto, lo que quiere ser, aquello que le motiva y atrae. Los sueños adolescentes realizados o fracasados nos acompañan toda la vida. Recordáis aquello de la crisis de los 40 o de la mitad de la vida? “Yo quería ser… pero en cambio… o yo quería ser y esto es lo que soy o lo que hago…”.

-«A veces, algunos adultos, me dicen  que todo me entra por una oreja y me sale por otro… o que todo me da igual… pero no es cierto. Ellos son muy simples. Lo reducen todo a un par de cuestiones… pero en realidad todo es más complicado y a veces me siento perdido y no sé con quién confrontar mis rarezas… porque no me entenderían… A veces me cuesta dormir pero ellos no lo saben o sólo tienen en cuenta la importancia de sus problemas… siempre piensan que tienen razón y dicen que los adolescentes somos egocéntricos…uf!”

6.

Los adolescentes son el espejo de la sociedad. Sus miedos, sus dudas y preocupaciones nos muestran descaradamente aquello que los adultos intentamos esconder con razonamientos inteligentes. La piel habla sin filtros mientras el cerebro esconde la realidad con sofismos o con excusas rigurosamente justificadas.

Pero Uf! entiende, en primer lugar y por encima de todo, el mensaje de la piel: la inseguridad, la confianza o la desconfianza del adulto y sus dudas; pero también percibe con total clarividencia e intensidad la ternura y el optimismo, la resiliencia y el esfuerzo con sentido, las ilusiones y la esperanza, el tono y la textura de las palabras de aquellas personas que les importa. Ya hemos encontrado la sexta certeza.

Me pregunto: ¿cómo observamos los adolescentes y su entorno?; ¿los escuchamos con los ojos o sólo con las orejas?; ¿qué mensajes emitimos con los gestos?; ¿cuál es el  color y la textura de nuestras palabras?

La comunicación con los adolescentes no es  tan fácil como con los niños, porque tienen la capacidad de cuestionar, de hacer tambalear nuestras certezas y de hacer aflorar nuestras inseguridades. Por eso no es preciso que lo llamemos conflicto, sino evolución y crecimiento, y todos estamos dispuestos a evolucionar y crecer, ¿verdad?

-«Tengo 16 años y siento que ahora puedo opinar sobre las cosas o algunas cosas… de los políticos, de los padres y maestros, de lo que hacen bien y de lo que hacen mal… Sí, tengo mi propia opinión, lo siento… y me hace sentir mayor, por decirlo de alguna manera. La infancia ya empieza a quedarme muy lejos.»

Y continuamos observando y escuchando… y contrastando: porque queremos entender y atender.