Actualidad y experiencias

Retrato de vida entre hermanos…

“Me esperaba llantos, lágrimas, dificultades, peleas, rencores, envidias … y encontré complicidad, diversión, amor … anécdotas que no se olvidan nunca en la vida”. Hoy recuperamos una conversación con tres hermanos publicada al Boletín 15 (2008).

RETRATO NÚMERO 1: ALEX, EL HERMANO DE JENNY
St Feliu del LLobregat. Sábado. A las cinco de la tarde.

Llamé a Belén, la madre de Jenny, un lunes por la noche. “Podríamos vernos este fin de semana?” Belén dijo que sí. “¿Sábado o domingo?”. “No sé… a ver…”. Por el auricular del teléfono oigo que Belén pregunta a Alex: “¿Cuándo es el partido?”. Y me comenta: “¿Puedes llamarme  el jueves? Alex tiene partido de hándbol, pero no sabemos aún si será el sábado o el domingo”. Siempre que tiene partido, Jenny va a ver a su hermano. Además “el partido de este fin de semana es importante”, me comenta Belén.

El partido será domingo. Así que a las cinco de la tarde del sábado, tal y como habíamos quedado, llego al piso de la familia Larrosa en St Feliu. Nos saludamos. Mientras saco la grabadora de la bolsa, les comunico que tengo algunas preguntas, pero que no s un cuestionario cerrado. Cuando ven la grabadora, les cambia la cara. “No os preocupéis. Si quero hacer citas textuales, me va muy bien registrar la conversación”. Pongo la grabadora en marcha y ¡no funciona! No puede ser, puse pilas nuevas hace… ¡Hace ya tiempo!¡Qué vergüenza! He salido confiado de casa y no he cogido ningún otro juego de pilas. Esto me pone nervioso. Noto que me miran como pensando: “¡principiante!” “¿Hay algún sitio donde pueda comprar pilas?” Alex me acompaña a una librería que abre los sábados por la tarde y donde seguro que encontramos las pilas. Al final el desastre de las pilas tiene sus ventajas. Mientras andamos, pido a Alex que me explique esto del hándbol.

“El hándbol  es un deporte de pensar, no de fuerza bruta. Debes prever… la paso, no la paso… “. Claro. “Desde que juego al hándbol tengo más reflejos. Debes estar siempre pendiente de la pelota”. Ya lo dicen: ¡el deporte es tan bueno! “y ¿por qué es tan importante el partido de mañana?”, pregunto a Alex. “Por que es el primer partido”. “Es el primer partido que juego con los juveniles del primer año del Sant Joan”. Para mí, esto no tiene gran significado. “El Sant Joan es un club muy grande. Tiene equipos en todas las categorías”. Antes Alex jugaba en otro equipo cerca de casa, pero “aquello estaba estancado. Muchas promesas y a la hora de la verdad, nada de nada. Así que un amigo mío y yo decidimos irnos y nos cogieron en el Sant Joan” En el nuevo equipo hay más competencia. “Mi amigo hace de portero. Es muy bueno”. “¿Y tú?”, le pregunto. “Bien…”. “¿Qué significa bien?” “Creo que debería esforzarme un poco más”.

Pasamos frente a una gasolinera y creo que tal vez aquí encontramos pilas. Y así es. Aprovechando que tanto él como yo estamos más tranquilos, le pregunto por su hermana: ¿Cómo es Jenny? “.” ¿Jenny? -dice- no para. Antes era muy nerviosa, muy inquieta, aunque últimamente… – continúa con cierta pesadumbre- se ha vuelto… más pija”. ¡Vaya! “¿Cuántos años has dicho que tiene Jenny?” “Once”. “Así que tal vez…”. “Tal vez”.

Alex me explica que de pequeña Jenny era muy posesiva con su madre.  “Siempre decía ‘ es mi mamá, es mi mamá, pero esto a mí no me importaba. Yo pensaba: tú quieres a mamá para ti sola, pues tuya es”. No sé por qué, pero de la forma que habla y cómo me dice cosas, yo creo que sí. Todo lo que tiene de inquieta su hermana, él lo tiene de tranquilo. Es un chico tranquilo. No demasiado alto, con una complexión redondeada que me encaja  con la complexión de un jugador de hándbol. “¡Pero es una chica muy maja! – continúa diciendo- nunca se ha avergonzado a mostrar la cicatriz de la operación. No parece una niña enferma. La única dificultad que tiene es que olvida las cosas… debido a las complicaciones de la cardiopatía cuando nació.”

Volvemos a estar en casa. Seguimos hablando de todo y de nada. “Veamos. Tú, Jenny, tienes once años y tu hermano tiene 16 años”. Belén aún recuerda como si fuera hoy, ese mocoso de 5 años con el pelo largo, rubio,  recogido en una cola, corriendo arriba y abajo del pasillo del hospital gritando “tengo una hermana, tengo una hermana”. Alex pone cara de sorpresa. “No recuerdo nada de eso. Lo que sí recuerdo es que había hecho una promesa. Me corté la cola”. La cara de Belén era la de no saber a qué se refería Alex. El muchacho mira a su madre y le dice “¿No recuerdas que la colgamos en el espejo del coche?”. Jenny los escucha con indiferencia. Se levanta de la silla y se estira. (Su hermano tiene razón. Es inquieta). Mira y sonríe de oreja a oreja. No es tan tímido como parece. Su cara resulta simpática. Vuelve a sentarse.

“Jenny, me han dicho que este año fuiste a las colonias de AACIC”. Ahora sí que habla ella: “Sí.” Esto es todo lo que dice. “Y que tu hermano se apuntó contigo”. “Sí,” dice. “¿Lo pasaste bien?” “Sí”. Belén me comenta que cuando recibió la información de las colonias, pensó que sería bueno para ella ir allí, pero Jenny no estaba muy convencida de ello, entonces Alex dijo que si ella iba, él también se apuntaba, así que fueron los dos. “Yo era el mayor de todos”. ¿Y estabais juntos todo el tiempo?”. “No, no. Ella iba a la suya y yo ayudaba a los monitores”.

Estuvimos hablando de otras cosas. En la habitación de Alex hay un espectacular aeroplano colgando del techo. “Salió en la tv hace unos años y se compraban las piezas por fascículos”. Probablemente mide un metro y medio de la punta de un ala a la otra. “Lo montó papá”, me dicen. “¿Y vuela?”, pregunté. “Sí, vuela. Tiene motor y todo, pero no lo hemos hecho volar nunca”. ¿Y esto?”. “Papá… temía romperlo. ¡Después de lo  que le costó montarlo!”.

Llevo dos horas con ellos y empiezo a tener dudas. ¿Y el tema? ¿Cuál era el tema? ¿Sobre hermanos, verdad? Bien, voy a tener que lidiar con lo que tengo. Ya veremos qué voy a explicar. La familia ya ha hecho el programa para mañana: asisitir al primer partido de Alex con el Sant Joan de Hándbol como juvenil de primera, que son los juveniles de dieciséis años. “Jenny quiere que le dé la camiseta del equipo”. “Normal”, respondo. “Pero es que nosotros no somos como los jugadores de fútbol. Sólo tenemos una y vasta”.

(Pedí a Jenny que me enviara un mail y me contara cualquier recuerdo especial que tenía de su hermano. Esperaba que me comentara  algo de las colonias, o vete a saber qué. Lunes. Ningún correo. Martes, nada. El miércoles quería llamar para recordarle… y veo en la bandeja de entrada el correo de Jenny. Palabras textuales: “el recuerdo de mi hermano que más ilusión me hace es la camiseta que me dio después del partido del domingo pasado”. Je, je, Alex. ¡Felicidades!¡Las fans se rifarán tu camiseta!Pero ¿con qué camiseta jugarás el próximo partido?)

 

RETRATO NÚMERO 2: LOS HERMANOS DE SERGI
Tarragona. Un domingo al mediodía.

Desde la ventana de la habitación de Sergi se puede ver el mercado. Sergi tiene cinco años. Es el más joven de tres hermanos. Marc, que tiene dieciséis años y Mireia, cumple ocho el 31 de diciembre. El comedor está al otro lado de la casa. Hace uno de esos días con un sol radiante de otoño. Justo antes de llegar al comedor hay dos sofás (no nos movimos de allí hasta el final de la conversación). En uno de los sofás se sientan Mari y Eladi, los padres. En el otro, Marc. ¿Y Mireia? Los tres miran hacia la mesa en el comedor.

Sobre la mesa hay un juguete… ¡enorme! Es como la fachada de una casa, de una casa de muñecas enorme! Por una de las ventanas se ve una cara con un ojo que nos mira fijamente. “¡Mireia, ven aquí!”, dice Mari. La niña no parece tener demasiada prisa para salir de allí. Se acerca y se sienta en el regazo de su madre. Por el pasillo se oye a alguien correr y de repente irrumpe contento en la sala un muchacho haciendo el máximo de ruido posible: Sergi. Nos observa y se va. Mireia y Sergi se llevan tres años de diferencia. “Lo que hace Mireia, Sergi también”, comenta el padre. “Él la imita”, añade la madre. Mireia no dice nada, de modo que tomo la iniciativa: “Mireia, ¿tú juegas con Sergi?” Ella responde: “Él no quiere”.

El nacimiento de Sergi fue muy bien, pero a medida que pasaban los días se hacía más evidente que algo pasaba. “Cuando por la noche lo bañaba, se quedaba pálido, su cara muy blanca… Daba angustia”, dice la madre. “Piensa que no se dejaba tocar. Le daba de comer, pero no porque él lo pidiera”. “Y tú, ¿qué pensabas?”, pregunto a Marc. Sin pensarlo ni un instante, su respuesta fue rotunda: “¡Hombre, yo estaba preocupado!”. “¿Cómo lo recuerdas?” “Lo recuerdo como un niño triste”.

Esto no fue todo. El más pequeño de la familia se cansaba muy a menudo. No fue hasta que tuvo dos años que descubrieron de dónde provenían todos aquellos síntomas. Una obstrucción de la vena aorta. “Tenía un ochenta por ciento de obstrucción”. ¿Y cómo estás ahora?” “Esto está resuelto,- me comenta – pero depende de cómo crezca el corazón tendrá que ser operado de nuevo”. Me explican que los momentos claves son a los quince y veinte años. De momento todas las revisiones salen bien.

Lo que más motiva a la familia ahora es cómo Sergi aprenderá a hablar. Por el momento lo hace con dificultad. “Justo ahora empieza a decir mamá… Antes sólo decía maaa… La logopeda nos comenta que hasta ahora él no tenía la necesidad de hablar, pero entiende todo lo que dice”, explica Mari. “Ahora se enfada más a menudo porque empieza a darse cuenta que le cuesta verbalizar lo que piensa, lo hecha de menos. El próximo año, empezará las vocales en P5, su relación será más verbal, lo echará más de menos, pero está haciendo grandes avances”, dice Eladi. Mireia se ha ido a la habitación de Sergi. Marc, serio, escucha.

Marc tiene un recuerdo contradictorio de la operación, de inquietud y de ilusión. “Me quedé aquí en casa. Estaba pegado al móvil. Sonaba cada dos minutos. Me hubiera gustado estar allí, pero no podía. Me sentía alejado, pero la verdad, cuando lo vi después de la operación… estaba lleno de energía ¡Qué cambio!”. “¡Y cuando vi la cicatriz me quedé… madre! ¡Cómo es posible… un niño tan pequeño!”. “¿Crees que los padres lo sobreprotegen?”, le pregunté. Y con la rotundidad que ya había tenido la oportunidad de percibir cada vez que hacía una pregunta obvia, afirma: “Es lógico que se proteja a un muchacho que han operado”. Tiene toda la razón. Tendré que mejorar el cuestionario.

Me comentan muchas cosas de cómo es Sergi. “No le gusta que le toquen sus cosas”, “es muy ordenado,” “te gusta el Petit Suisse”, “es ingenioso para hacer las cosas… A Sergi le gusta jugar con piezas que se montan y se encajan”. “Y a ti Mireia, ¿también te gusta el Petit Suisse?” (Veamos si consigo que me diga algo). Y Mireia responde: “A mi… ¡la nata!” Ahora que parece que tiene ganas, aprovecho. “¿Y a qué jugáis con Sergi?”. Me explica que juegan con piezas para montar y desmontar. “También jugamos con los peluches y los coches”. Mireia cursa tercero.

Dice que en clase son más niñas que niños y que las chicas son mejores estudiantes. “Los chicos sólo se pelean todo el rato”. Cuando tocamos el tema de los deberes, frunce el ceño y cuando le pregunto qué le gustaría ser de mayor, responde pintora. “Ah, ¿te gusta pintar?”, pregunto. “Sí,”, – me responde, “y jugar con la consola”. Aquí hemos tocado un tema delicado. Las peleas para el mando a distancia de la televisión es cosa de los adultos. Las discusiones entre hermanos son por el mando de la consola.

Los mayores de la casa, Marc y sus padres,  piensan que tanto Mireia como Sergi, además de competir por la consola, compiten por la madre. Los padres comentan que les gustaría que Sergi y Mireia fueran juntos a las colonias de AACIC. Creen que sería bueno para ellos, que “les ayudaría a romper el cordón umbilical”. (¡Esto sí que son unos padres! Gente que ayuda a personas más pequeñas para madurar y crecer). Y también tuve la impresión de que dentro de Marc había un gran padre. Dejando de lado el tema de la consola, cuando le pregunto por su hermana, me dice: “Yo con Mireia… creo que tengo una relación más especial con mi hermana que con mi hermano”. (¡Qué fuerte!). “Es que la he visto nacer, ¿sabes?”. “Nació en casa”, añade la madre.

Fue una hermana deseada. Marc quería una hermana. Fue la noche del 30 al 31 de diciembre. Mari rompió aguas. Se fue al baño. Justo cuando estaba en la bañera preparándose para ir al hospital, la madre llama a su marido. ¡La criatura quería venir en ese momento! Al oír los gritos Marc entró en el baño y saltó dentro de la bañera con su madre. “No quería que Marc se asustara y le dije que no pasaba nada, que se quedara donde estaba. En aquel momento entró mi marido”. “Llamé a urgencias.¡Qué número! Con los nervios que estaba pasando”, explica el padre. “Pero todo fue tan rápido que cuando llegaron, Mireia ya había nacido”. Marc vió nacer a su hermana, así, literal. En el hospital le pusieron una bata “y a dentro”. Se lo merecía. Al fin y al cabo había sido la partera de ese parto. “”Lástima que todo esto sucedió la única noche que el periódico de Tarragona está cerrado, si no, al día siguiente salimos en la portada,” dice Josep.

Sergi está en su habitación. Mireia aparece y desaparece. Ahora entiendo de otra manera los nervios de Marc en la operación de Sergi, él tenía que esperar en casa. ¿Cómo lo expresaba? Antes lo ha dicho: “Me sentía alejado”. Precisamente él, Marc, el protector, sabe muy bien porque los padres prefirieron que ese día permaneciera en casa.

 

RETRATO NÚMERO 3: DAVID, EL HERMANO DE EDUARD
Terrassa. Un martes que tienen fiesta en la escuela .

¡Qué pareja! Nada que ver con los otros retratos del dosier. El hermano de Eduard, David, tiene 11 años. Y Eduard trece. Se llevan un año y un poco más. En este caso hemos estado solos. Mercè, la madre de David y Eduard nos ha dicho “Os dejo, ¿eh?” y tranquilamente ha desaparecido.

“La semana pasada,- explica Eduard bajando el tono de voz-  en la escuela…” (pausa). ¿Qué pasó?,”pregunté intrigado. “Se acercó un chico para entrar en nuestra conversación”. “Nos fastidiaba,” dice David. “Nos molestaba,” añade Eduard. “¿Y qué sucedió? pregunté, aunque me di cuenta por dónde pude ir la cosa.”Sucedió…algo”. (Otra vez silencio. ¿Lo dirá o no lo dira?). Eduard no deja de mirar de reojo a David. (Más silencio) Pregunté: “¿Hubo palos?”. Tímidamente Eduard dice: “Yo…unos amigos… después el muchacho se fue… y listo”. Me estaban explicando una pelea de patio de escuela. “Nos castigaron sin patio”. Bueno, un patio de castigo no es una gran pelea.

Otro día también sucedió algo en el patio, algo relacionado con golpes en una ventana: “Y nos llamaron para ir al despacho del director”. Esto se anima. “¿Y qué?”. “Nada… Pero éste- habla Eduard- se partía de risa”. “Claro, en la escuela jugáis juntos”, digo yo. Eduard, el mayor, el hermano que tiene la cardiopatía, dice: “Sí, éste”- refiriéndose a David.”Siempre viene a jugar con nosotros, que somos los mayores”.

Cuando están en casa, como ya no hay nadie más se pelean entre ellos. En cualquier juego, el ajedrez, la Play o la Wii. La razón es siempre la misma:”Hace trampas”, dice David. “¿Qué trampa hice?”, pregunta Eduard. “Quedamos de acuerdo en que nos esperaríamos y no lo hiciste”. Eduard lo niega, pero se le escapaba una mueca de pillo. La discusión seguía: que sí, que no, que no, que sí. Eduard dice que David no sabe perder. ¿Podéis imaginar? Si tuviera que apostar, yo diría que David tiene razón, y lo digo. A Eduard no parece que le importe mucho esto.

Ya lo he dicho antes. ¡Qué pareja! Son inseparables. Se lo pasan fantásticamente bien. Si este par se te pone en contra, estás perdido. Demasiada complicidad, demasiadas alianzas entre ellos. “¿Pero algo bueno debéis tener uno y otro?”, les pregunto. Eduard dice que David es un buen estudiante. David no lo niega. Por supuesto que es cierto, y orgulloso que está de ello. “¿Qué es lo que más te gusta de la escuela?”. David dice que la historia «Egipto, Mesopotamia…». Caramba, esto es historia antigua. No sé si lo pasará tan bien con la historia moderna. -¿Y Edward?”, pregunto. David dice del Eduard que tiene un buen cálculo. ¿Y esto qué es? -pregunto-, ¿matemáticas?”. “Sí, todo eso…”.

“¿Y qué es lo peor de tu hermano?”. L’Eduard responde: “Uf, es muy pesado. Cuando se despierta, empieza a hablar y a explicarme cosas y no me deja dormir”. “¿Tú ves a tu hermano com una persona especial?”, pregunto a David. La resposta es clara: “¡No!”.  “¿Exagera?, pregunto. “Exagera”, dice.

Pregunto a David si tiene algún recuerdo que le impresionara de la cardiopatia de su hermano. “Un día me dijo que tenían que operarlo. Fue un día de fiesta, por la mañana. Cuando salió de la operación, le pregunté cómo estaba”, me explica. “Y hasta que no pudiste hablar con él, ¿qué te pasaba por la cabeza?”. David busca la palabra en su cabeza: “Impaciencia”.

David también recuerda cuando Eduard se cayó por las escaleras. “Fue en Bagà” (un pueblo del Prepirineo). “Empezó a rodar escaleras abajo y al llegar abajo empezó a llorar”. Cuando la familia no va a Bagà, hace otras actividades. Ppr ejemplo, ir al cine, como hicieron la semana pasada. David quería ver ‘Disaster Movie’.  “Y yo –dice Eduard- ‘Hermanos por pelotas’. Al final entraron en la sala donde se proyectaba “El reino prohibido”. (Queda demostrado que cuando los hermanos no se ponen de acuerdo los padres tienen una oportunidad de oro).

David juega a boleibol. “Jugué el pasado sábado,” dice David. “Y perdíó”. (Huelga decir quién ha hecho el comentario). “Entrenamos los viernes”.  Eduard dice muy claramente que no tiene ningún interés en ir a ver jugar a su hermano, y prefiere quedarse en casa jugando a la Wii. “Cuando estoy jugando tranquilamente el fin de semana viene mamá y dice… que si he hecho los deberes, que si la cama… Si no me lo dijeran, los haría el último día”. “Estamos jugando, mamá sube y dice que cree que nos estamos pasando, y tenemos que dejar el juego”. Cuando les propongo que me digan lo mejor de su madre, los dos coinciden: “¡La comida!”. Bien, pero yo me refería a una cualidad, no a una habilidad, pero la respuesta ha sido tan unánime…

Los dos hermanos están de acuerdo en que los padres los sobreprotegen.  ¿Sobreproteger? Creo que para ellos esta palabra significa algo así como cuando los padres dicen “David, Eduard, no hagáis esto… venid aquí…”, y cosas como estas. Mercè se asoma desde la cocina, donde se ha encerrado para dejarnos hablar con tranquilidad. En una de las paredes hay una pintura de la casa de Bagà. “Cuando conduce papá, tardamos una hora en llegar alli y cuando conduce mamá una hora y cuarenta minutos”, dice Eduard. David asiente con la cabeza. Mercè me explica que toda la familia participa en las actividades del pueblo. “Como había sido terreno de Templarios, ahora se celebra una fiesta. Incluso nos vestimos para ello”, y me muestra una foto del grup todos vestidos para la ocasión. Mientras sigo hablando con Mercè, los dos hermanos han ido a otra habitación de la casa. Han cogido unos cuantos muñecos y juegan con ellos. “¿No os separáis nunca?”- pregunto. “Bueno, sí, – dice Eduard-cuando nos peleamos”. Es una separación que dura poco.