Actualidad y experiencias

Cuando en un corazón tan pequeño cabe tanta gente es que estamos frente a un ángel

Descubre la historia de Gemma, la madre de Marc, un niño que tiene una tetralogía de fallot.

Es difícil expresar lo que siento; lo describiría entre rabia e impotencia. Vivo en un estado bipolar donde hay momentos que me hundo en la más profunda miseria y después crezco creyéndome que nadie ni nada podrá conmigo. Todo esto envuelto en un papel de regalo muy bonito, con una sonrisa «siempre» y una buena apariencia, porque nadie note la realidad en la cual vivo… un sufrimiento constante que me rompe en mil pedazos y no me deja respirar.

Pero, ¿cómo empezó todo? ¿Cuándo empezó esta rabia?

En el momento que tuve que decidir si tener a mi hijo o abortar, estando embarazada de veinticinco semanas. Cuando ves que todos tus planes se hunden en cuestión de segundos y la incertidumbre empieza a tomar fuerza.

Nadie me explicó cómo seria tener un hijo con esta dolencia. La única información que recibí fue «antes estos niños no tenían ninguna posibilidad y se morían, ahora existe una intervención».

Mi hijo Marc tiene una cardiopatía congénita llamada tetralogía de fallot. Fue diagnosticado cuando todavía estaba dentro de mi vientre.

Muy a menudo recuerdo aquel día y revivo la misma sensación una y otra vez. Como si se tratara de una película, con escenas y secuencias de imágenes imposibles de borrar…

No me lo podía creer, ¿cómo podía ser que me estuviera pasando una cosa así? Siempre he pensado que estas cosas solo le pasaban a los otros. Yo no estaba preparada, pero ¿quién lo está?

Era un día muy bonito del mes de mayo del año 2008 y brillaba un sol espectacular. Me dirigía con mi coche en el centro de Ginecología-Obstetricia para hacerme la ecografía morfológica. Mi madre me acompañaba. Recuerdo en el coche que no parábamos de hablar de cómo sería el niño, si tendría los ojos azules, si tendría el cabello rubio o castaño, si se asemejaría a mí o a su padre… en ningún momento dijimos: ¿nacerá sano? ¡Esto ya lo dábamos por supuesto! Por lo tanto, solo había que preocuparse de cosas «tan importantes» como el color de los ojos o el cabello.

Al llegar al centro pasé por recepción a decir mi nombre y me indicaron donde estaba la sala de espera.

Era un centro privado, muy elegante y moderno. Las chicas también mostraban un trato muy agradable y educado (creo que es lo que se espera cuando vas a un lugar así).

La sala de espera estaba llena de gente, la mayoría eran mujeres embarazadas, acompañadas por sus parejas o sus madres, supuestamente.

Me senté relajadamente a hojear una revista de moda, la tableta que había en medio de la salita estaba enlucida de revistas. De hecho, toda la gente que estaba en la salita tenían una revista entre sus manos. Había un inmenso silencio que  solo era interrumpido cuando alguien giraba una página.

De repente, escuché mi nombre. En la entrada de la salita había una chica vestida con un uniforme blanco que me sonreía, supuse que era mi turno y que podía pasar a la consulta. Mi madre y yo nos levantamos y seguimos a la chica del uniforme blanco, que nos dirigió a una sala donde nos estaba esperando la doctora con todo preparado para hacer la ecografía.

La chica me indicó que me quitara la ropa y me estirara sobre la litera con una talla por sobre.

Una vez estirada me extendió un hielo frío sobre el vientre y mientras tanto la doctora me explicaba el procedimiento que seguiríamos. En esta ecografía miraremos todos los órganos del bebé y estaremos un buen rato, me dijo

La exploración empezó. Mi madre estaba de pie a mi lado y las dos mirábamos fijamente la pantalla donde supuestamente se estaba viendo algún órgano, pero nosotras no entendíamos nada de lo que se nos mostraba. Hoy en día entiendo bastante bien las ecografías, sobretodo las cardíacas.

Ella me dijo que durante la exploración no me diría nada si todo estaba bien. Recuerdo aquel silencio, aquellas miraditas con mi madre medio sonriente, la habitación con muy poquita luz, mi madre a la derecha y la doctora a la izquierda.

De repente, me empezó a presionar muy fuerte sobre un punto del vientre, muy fuerte, cada vez más fuerte. Me hacía tanto daño que pensé a decírselo, pero me aguanté. Dijo que sabía que me estaba haciendo daño. Estuvo durando 5 minutos presionándome y sin sacar el ojo de la pantalla.

Finalmente, paró la máquina y me dijo que todos los órganos estaban bien, pero que en el corazón le había parecido ver una malformación y que, por eso, quería asegurarse y había insistido más rato sobre aquel punto.

En aquel mismo momento, mi madre se desmayó y cayó en el suelo. La doctora abrió la puerta y gritó: ¡que venga alguien a ayudarme! Rápidamente entró la chica del uniforme blanco y ayudó  a levantar a mi madre.

Yo seguía inmóvil, sin decir nada, sin llorar. Realmente no sabía qué hacer, esperaba que alguien me diera más información de lo que estaba pasando porque no entendía nada.

Cuando me vestí y fui al despacho de la doctora, me explicó que se trataba de una cardiopatía llamada tetralogía de fallot, que implicaba cuatro malformaciones del corazón. Me explicó que, hasta hacía poco tiempo, estos niños afectados por esta patología, nacían y se morían en pocos meses, pero que hoy en día ya existía una operación posible.

Sin ningún tipo más de información me dijo que pensara qué quería hacer, si seguir adelante con el embarazo o abortar.

Quedamos que marchaba y que ya le diría cuál era mi decisión. Cuando salí por la puerta no pude evitar echarme a llorar, de hecho, estuve todo el camino de vuelta a casa llorando.

Cuanto más lloraba, más me notaba las «pataditas» que me hacía mi bebé. Entonces, volvía a llorar.

Tomé la gran decisión de darle a Marc la oportunidad de nacer y de vivir. Hoy, creo que ha sido la decisión más difícil que he tomado en mi vida, pero la más acertada.

Y, desde aquel momento, todo cambió, mi manera de ser y de hacer, mis perspectivas de futuro y las ganas de luchar por lo que uno quiere. Cada día que pasa nos da una gran lección de superación, no dejo de sorprenderme de todas las cosas que este pequeño me puede llegar a enseñar.

Realmente ha sido muy duro llegar hasta aquí y lo seguirá siendo, puesto que estamos pendientes de una nueva intervención quirúrgica. Tengo muy claro que, cuando tomé la decisión, con ella acepté todas las consecuencias.

Hoy, ya no me puedo imaginar una vida sin él y es por todo esto que decidí estudiar la carrera de enfermería, para poder ser enfermera y ayudar a los niños que, como mi hijo, son «pequeños valientes».

 

Gemma Noguera