Cuando cerrábamos la edición del boletín anterior, la responsable del «Servicio de información y asesoramiento a centros educativos» de AACIC, Montse Armengol, sugirió hacer un reportaje: «Me acompañas y explicas qué tarea hacemos». Acordamos que no grabaríamos la conversación. Las declaraciones textuales, las haríamos a partir de notas escritas a mano, y cambiaríamos los nombres de las personas con las que habláramos. En un momento de la conversación, Montse dijo unas palabras que me parecieron el titular: «A menudo veo el miedo a la muerte en el rostro de los maestros». En septiembre pasado, justo comenzar el curso escolar, el director de un instituto se puso en contacto con ACCIC. Quería que habláramos con Joaquim, el tutor de Nacho, y con Albert, el profesor de gimnasia. Fuimos. Ahora sé que Montse no exageraba.
Es viernes. Acaban de tocar las doce cuando salimos de AACIC. De camino, Montse me pone al corriente del caso. Nacho ha terminado sus estudios de primaria y se ha matriculado en un instituto para hacer la ESO. El director del centro nos conoce de un caso anterior. En ese momento, los EAP de la zona le sugirieron que se pusiera en contacto con nosotros. Esta vez, la iniciativa ha sido suya.
– Los padres nos llaman cuando tienen problemas para matricular a sus hijos en la escuela -me explica Montse-, pero esto ha ido cambiando. Muchos EAP nos conocen, y eso facilita las cosas.
– A ver, Montse, los EAP, ¿qué son?
– ¿Quiénes son? Son equipos de asesoramiento psicopedagógico. Son psicólogos, pedagogos o trabajadores sociales que asesoran a maestros y profesores. Esta gente tiene una relación muy directa con los centros, tanto de primaria como de secundaria.
Al salir del metro, Montse intenta recordar el camino hasta el instituto.
– ¡Vamos bien! -dice-. Si no me equivoco, cuando lleguemos a la segunda travesía, veremos el instituto.
– Montse, me has dicho que hay padres de jóvenes con cardiopatías que tienen problemas para matricular a sus hijos en la escuela…
– ¡Los hay, los hay! Los padres pasan momentos muy duros y, en las escuelas, no es fácil de gestionar los casos de alumnos con necesidades educativas especiales. Cuando unos padres explican a los maestros todo lo que sus hijos han pasado, deben pensar «¡que nos está cayendo encima!». Se dan situaciones tensas, sí.
– Y tu…
– La ventaja que tenemos nosotros es que nos ponemos en las dos posturas. Comprendemos las dificultades de los centros, pero también entendemos muy bien la situación de las familias, las conocemos muy de cerca.
¡Un recibimiento cordial!
Al llegar a la segunda travesía, vemos el instituto. Faltan diez minutos para la una, todavía. En las paredes de uno de los pasillos, están las orlas de cada una de las promociones de bachillerato y de los grados de formación profesional que se imparten en el instituto. Al acercarse la hora en punto, los pasillos desiertos que dan al vestíbulo se convierten en un enjambre de jóvenes vestidos de arriba abajo según el canon que toca. Los chicos, pantalones que caen hasta la ingle dejando ver los calzoncillos, la mayoría son lisos, pero también los hay con estampados inclasificables. Entre las chicas, hay más variedad, pero me llaman la atención dos jóvenes con el cabello negro como el carbón que les tapa la cara, de una palidez casi enfermiza. En medio del desfile, Miquel, el director del instituto, saluda a Montse. Ha reservado un pequeño despacho donde podremos hablar tranquilamente con el tutor de Nacho.
– Supongo que Joaquim estará a punto de llegar. Os acompaño al despacho -nos dice Miquel-.
Pasamos frente a la secretaría. Miquel entra. Le seguimos. Señala un póster que cuelga en un corcho de la pared.
– ¿Lo has visto? -dice Miquel.
Es un póster de AACIC. Se describen los síntomas de una crisis cardíaca y se indica como se ha actuar en caso de urgencia.
– ¡No os preocupéis! ¡Lo tenemos todo controlado! -dice la mujer que se sienta en la mesa que hay cerca de la entrada de la secretaría-. Ahora sí, Miquel nos acompaña al despacho donde haremos la reunión con el tutor de Nacho y el profesor de Educación Física.
«Sala de Mediación», dice el letrero que hay en la entada del despacho. Dentro, en el centro, hay una mesa redonda para cuatro personas. En un rincón, una pantalla de plasma de cuarenta y muchas pulgadas. En la pared del fondo, un armario y cajas de cartón por todas partes.
El tutor de Nacho se presenta. Joaquim tiene barba y hace barriguita. Nos comenta que Albert llegará en cinco minutos. Montse lo aprovecha para darle información de AACIC. No han pasado ni dos minutos cuando llega Albert. Es evidente que es el profesor de Educación Física, y no por la masa muscular -su constitución parece más la de un escalador que la de un culturista-, le delata el chándal.
Nacho es el centro de la conversación. Este será su primer año de instituto. Le han operado del corazón hace tres meses. Todavía está en periodo de recuperación. No es la primera operación que le hacen, y, seguramente, tampoco será la última. Tiene una cardiopatía congénita de las que se consideran graves, explica Montse. Habla despacio.
– Es cierto que Nacho tiene una calidad de vida mucho mejor que la que ha tenido hasta ahora, pero hemos de tener muy claro que, justo ahora, está empezando a descubrir sus posibilidades con este «corazón» diferente y mejor que tiene desde hace tres meses.
Montse se sienta en la silla con la espalda bien derecha, sin apoyarla en el respaldo. Miro la cara de Albert y de Joaquim. No muestran ninguna expresión significativa. Montse sigue explicando.
La cuerda se tensa
– Nacho había trabajado mucho con sus maestros de primaria. Aún no le habían hecho esta segunda operación y su calidad de vida era bastante mala. Ahora tiene una «nueva vida» por delante -remarca nueva vida con un gesto-.
Joaquim y Albert escuchan a Montse sin levantar la vista de los papeles que tienen sobre la mesa. Su silencio los delata. Montse insiste.
– Es un adolescente al que han operado del corazón hace poco. Con la intervención se ha resuelto buena parte del mal funcionamiento de su corazón. Es otra persona. Puede hacer cosas que no podía hacer antes. Es un joven con una enfermedad crónica que puede disfrutar de una situación física nueva.
Joaquim hace una sonrisa discreta como quien da a entender que comprende lo que dice Montse.
– Así, por ejemplo, puede subir las escaleras. No hace falta que le demos la llave del ascensor –dice-.
– Bueno, tendremos que verlo. En principio, después de la operación, debe haber mejorado mucho su capacidad de esfuerzo, pero es pronto para decir nada.
– Así…
-…deberemos hacer un estudio de su capacidad funcional, recoger información con los médicos y padres… Tenemos trabajo por hacer, todavía.
– Y si estoy en clase y Nacho apoya la cabeza sobre la mesa con cara de cansado, ¿qué debo hacer? -insiste Joaquim-.
– Repasemos la lista de los síntomas…
Montse saca una hoja con el mismo cuadro de síntomas de crisis cardiaca como el que cuelga en la secretaría. Hace un repaso. Cada síntoma tiene asociado un color que indica el riesgo. El cuadro no plantea dudas y Montse vuelve a hablar de Nacho.
– Es posible que pueda hacer ejercicio moderadamente, sin demasiado esfuerzo, pero se tendrá que valorar -insiste que se deberá valorar, que en estos momentos no tenemos suficientes datos-.
Albert parece cada vez más inquieto.
– Eso está muy bien -dice-, pero ¿me puedes explicar qué quiere decir un ejercicio físico moderado? ¿Hacer flexiones en el suelo es un ejercicio moderado? A mí, eso de moderado no me dice nada.
– Bueno, Albert, para eso sirven las pruebas funcionales de esfuerzo -dice Montse-. Hace una pausa y baja un poco el tono. Podemos pedir una prueba de esfuerzo para valorar la capacidad funcional de las personas con cardiopatía congénita. Es una prueba objetiva y nos da una orientación clara de la capacidad del corazón con respecto al ejercicio físico.
– Pero yo no he visto ninguna prueba de esfuerzo de Nacho -remarca Albert-.
– Es cierto. Le han operado hace poco, y la cardióloga sugirió que dejáramos pasar un tiempo antes de hacerle la prueba. Cuando tengamos los resultados, podremos pedir orientaciones concretas.
La conversación se ha ido tensando. Ahora parece que se vuelve a relajar de nuevo. Es evidente, sin embargo, que a Joaquim -y más aún a Albert-, les incomoda que no podamos responder a las preguntas de una forma rápida y concisa. Montse intenta alejarse un momento del caso concreto.
Y vosotros, ¿quién sois?
– De unos años para acá, con la prueba de esfuerzo, podemos plantear todas estas preguntas que me hacéis ahora, y otras que os haréis, y tener una respuesta. Este es el mensaje que quiero transmitir.
– Muy bien -dice Joaquim-. Pero así, ¡Nacho todavía no tiene una vida tan buena como decíais de entrada! No sé qué deciros… porque… ¿Quién sois vosotros?
Esta vez es el tutor de Nacho quien cuestiona el papel de Montse. Para ella, la situación no parece nada nueva. Habla de las personas que trabajan en AACIC en los programas de atención directa.
– Somos psicólogos. También hay trabajadores sociales y psicopedagogos. Nosotros atendemos tanto a las personas que tienen una cardiopatía congénita y sus familias como a profesionales de la red de servicios públicos y privados.
Montse coge, de la mesa, uno de los folletos de información de AACIC que había entregado a Joaquim al comenzar la reunión. Lo abre por la página donde se exponen los servicios de AACIC.
– En 2004, firmamos un convenio con el Departamento de Educación de la Generalitat de Catalunya -continúa Montse- – para seguir ofreciendo este servicio, que ya hacíamos antes.
– O sea -remarca Joaquim- que el Departamento de Educación contrata el servicio de información y asesoramiento a los profesionales de la educación que lleváis a cabo desde AACIC…
– … Y por toda Catalunya. Esto es lo que hacemos. Trabajamos con maestros y profesores como vosotros que tienen alumnos con cardiopatía congénita. Les facilitamos información sobre las repercusiones de esta patología en el ámbito de la educación y… bueno, eso es lo que hacemos.
¿Trabajo hecho?
No sé qué pensar. No sabría decir qué les pasa por la cabeza, a Joaquim y a Albert. Montse parece que lo tiene más claro. Hace un resumen de lo dicho hasta ahora y anota las gestiones que se compromete a realizar en el informe de la visita.
El ambiente se vuelve a relajar, pero todavía hay que resolver el tema más inmediato. ¿Qué hará Nacho en la clase de Educación Física? Albert insiste en que se le hace difícil evaluar a Nacho si los otros sudan la camiseta mientras él lo mira sentado. Montse plantea que una de las posibilidades es adaptar su currículum al de Nacho para esta asignatura durante un tiempo. Y, si es necesario, se podría plantear modificar los objetivos del currículo de Educación Física. Explica que se ha hecho en otros centros con otros alumnos y ha ido muy bien.
– Lo que os pido es que encontréis los momentos que sean necesarios con los otros profesores de Nacho para poder valorar las estrategias que llevaréis a cabo durante su período de recuperación. ¿Lo podréis hacer?
– Lo tendremos que hacer -dice Joaquim- con un tono amable de resignación.
Lo más difícil del encuentro se ha superado. Son casi las dos de la tarde. Ahora se explican anécdotas, hablan de las trampas que hacen los alumnos cuando les da pereza hacer algo, de las excusas que ponen. …
– Hay alumnos a quienes les cuesta hacer un ejercicio concreto -dice Albert-. En un momento, puedo forzar a un alumno porque veo que puede llegar más lejos y alcanzar lo que se le pide, pero si me encuentro con un caso como el de Nacho, no lo sé. Estaría más tranquilo si se quedara en un rincón, o no hiciera la asignatura…
¡Trabajo hecho!
De vuelta hacia AACIC le comento, a Montse, que tenía razón. Hoy he visto el miedo en la cara de un maestro. «Ya te lo decía», dice Montse.
– No sé si hemos elegido el mejor caso –dice-.
– ¡A mí me ha impresionado!
– Por eso. No sé. Demasiada tensión, según cómo. Nos hemos centrado mucho en el tema de la Educación Física y en cambio…
Sin dejarle terminar la frase le digo:
– …Pero, eso nos pasará siempre. Un caso es un caso. Crees que la gente que lo lea pensará que…
– …Podríamos haber encontrado otro caso en el que se viera más claro qué hacemos.
– ¡Yo lo he visto clarísimo!
– Ven la próxima semana. ¿Puedes venir? Voy a una escuela de Sants a hablar con la tutora de un niño de primero de primaria que tiene dificultades de aprendizaje.
– Si eso te hace estar más tranquila…
O no, mira, martes, ¿no puedes venir conmigo el martes? Voy a dar una charla a todo un claustro de maestros de infantil y primaria en el Bruc. Esto estaría bien…
– ¡Montserrat, decídete! …
En la Cabecera de este mismo Boletín, Xavier Chavarria nos recuerda que no hace tantos años, en las escuelas éramos todos muy parecidos. Había poca heterogeneidad, dice él. Teníamos pocas oportunidades de compartir las aulas con chicos y chicas de nuestra edad con enfermedades, discapacidades o culturas diferentes. No tuvimos la oportunidad de aprender la normalidad de estas diferencias, de no sentirte incómodo porque no sabes qué decir ni cómo actuar. Justo ahora estamos empezando a aprender. Salimos del metro. Miro la hora. Ya son las dos y media. Miro a Montse y le digo: «Hoy te invito a comer».
Jaume Piqué Abadal
Periodista, colaborador de la entidad