Editorial

Educad a los críos

Maria Jesús Comellas, experta en educación

Es una de las principales inspiradoras en Cataluña de lo que debe ser la educación en el siglo XXI y una ferviente defensora del debate educativo, que según ella debe abrirse con la participación de toda la comunidad. En este sentido ha impulsado junto a la Diputación de Barcelona la “Red de Debate Educativo en y para  las familias”. Maria Jesús nos dice: “Y si no sois de Barcelona, poneros en contacto con vuestra diputación, y haremos red”.

Comellas tiene un brillante currículum como investigadora en temas de educación, además de una habilidad innata para explicar las cosas de manera didáctica, directa y llana. No es extraño pues que la fichasen como colaboradora de lujo en el programa de Catalunya Radio “Eduqueu les criatures”.

¿Por qué protestan los niños? Debería haber un artículo en la constitución que rezara: “el derecho a quejarse de los niños es un derecho constitucional”. Dejemos que protesten. “¡Oh, es que lloran!”, “Es que no le gusta”. Entonces le damos un beso. “Cariño, estás en tu derecho constitucional de protestar. Tienes derecho a ello”. ¿O es que vosotros no protestabais y seguís protestando? Debemos reconocer que nuestros hijos también tienen derecho a ello. Esto es lo primero que debemos hacer. La segunda es…. “¡Protesta! Y ahora, ¿qué hacemos? Pensemos…”

A los niños del siglo XXI les salen los dientes a los seis años, como en el siglo XV. ¡Qué curioso! ¿No decíamos que todo era tan diferente? Por suerte, los olivos necesitan un tiempo para hacer las aceitunas y los niños necesitan unos años para madurar. La cuestión es cómo los acompañamos en este proceso. Además, cada niño tiene su ritmo. Pero el objetivo es el mismo ahora que antes: que crezcan, que maduren y que puedan seguir adelante.

¿Os habéis planteado alguna vez el significado de la palabra “no” que transmitís a vuestros hijos? “No” significa “no”, pero si los niños protestan y te cansan quiere decir “sí”. Si hoy viene gente a casa, el “no” se convierte en “un poco”. Y si “ya no puedo más”, significa “haz lo que quieras”. Cuando el niño protesta, no pide que cambiemos. Pide que a pesar de la protesta, el “no” que decíamos continúe siendo “no”. ¡Qué suerte que en casa sabemos lo que me piden! En la escuela no les dejamos decidir si toca hacer matemáticas o no, o si salen al patio ahora o más tarde. En la escuela los educamos con unas normas claras y no todas son negociables.

La madurez significa que poco a poco los niños aprendan a cuidarse por ellos mismos, y que poco a poco vayan cogiendo confianza y tiren adelante. Por lo tanto no se trata de lo que quieren los niños, sino de lo que necesitan. En la escuela no les preguntamos si quieren o no quieren. Es cierto que lo planificamos de un modo interesante, pero el objetivo sigue siendo lo qué necesitan. Los llevamos a la escuela, les hacemos estudiar y les hacemos leer para que sepan leer. Deben crecer, deben saber dónde están, deben aprender normas, deben saber ir por el mundo porque a la larga se independizarán y deben ser capaces de cuidarse. Debemos ver qué tipo de confianza estamos generando entre nosotros, padres y madres, maestros, médicos… para poder afrontar la protesta lógica y sana de la infancia y la adolescencia. Si pensamos y sabemos que nuestros hijos hacen lo que deben, nosotros podemos estar tranquilos. Es esta confianza la que nos ayudará a pasar la alarma y la preocupación en la educación.

El referente de éxito de los niños debe ser crecer, hacerse autónomo y adulto. No hay nadie que debe llegar a cierto punto para sentirse no sé cómo. Se debe caminar.

Es emocionante acompañar a un adolescente. Echaréis de menos las rabietas cuando tenían tres años. No dormiréis. Bienvenido a la etapa más apasionante de tu vida. No pensemos en soluciones, sino en recursos. ¿Y qué recurso tenemos? ¿Qué es lo que podemos hacer? Hidratación, mucha hidratación. Otra vez un vaso de agua para nosotros y después un vaso para ellos, para que puedan protestar y no se atraganten. También pañuelos de papel.

También pañuelos de papel. En un paquete hay diez, en una caja hay cien y en los rollos Dumbo,¡cuéntalos! La tranquilidad desarma el niño. Está aprendiendo que vosotros estáis dispuestos a llorar hasta que se terminen las diez cajas de pañuelos de papel. Os prometo que es muy eficaz. Le estáis demostrando que tiene derecho a quejarse, que no pasa nada. Cuando decimos “calla, ya te dije que…” nos estamos poniendo a su nivel. Debemos dar tiempo para que lo entiendan. Necesitan constatar que, a pesar de la protesta, continuaréis con la misma idea. ¿Qué el niño llora y protesta? Al primer síntoma, un abrazo. Y agua. No perdamos la calma. “¡Mira, el niño está llorando!”. Ya lo esperábamos. Podemos decirles: “Ya sabía yo que llorarías”. Con un poco de suerte le desmontaremos el espectáculo. Hay algunos que reaccionan diciendo: “Pues ahora no lloro”. Y vosotros, sorprendidos: “¿No? ¿Y eso?”.

La escuela no tiene que exigir a la familia que haga lo que no debe hacer. Y las familias tampoco deben exigir a la escuela que hagan lo que no deben. La escuela enseña y socializa. La familia socializa y ayuda a madurar. La familia no tiene que enseñar ortografía. No tenéis que estudiar integrales. No tenéis que estudiar todos los temas que estudian vuestros hijos. La familia debe preocuparse de poner la mesa. En la escuela, si se quedan a comer también ayudarán a preparar la mesa. En casa tienen que hacer la tortilla de patatas; en la escuela no es necesario. En casa deben limpiar el baño, en la escuela no lo hacen. ¿Hacer de padres y madres y de profesores privados? No, gracias. Hagamos de padres y madres. Y hagámoslo con entusiasmo. Los profesores lo tienen más fácil que nosotros, lo tienen más fácil con veinte que nosotros con uno, dos o tres. ¿Conocéis familias numerosas? Una familia con ocho lo tiene más fácil que una familia con dos. Uno socializa al otro. El dolor de estómago del primero moviliza mucho, el de los segundos ya nos lo miramos con más calma y el dolor de estómago del quinto ya no se acude al médico, ya lo hemos resuelto por el camino. Ello no significa que lo queramos menos, sino que sabemos más cosas. Por eso en la escuela es más fácil educar a veinte que no en casa.

Debemos preparar nuestros hijos para una vida que no sabemos cómo será dentro de cincuenta años. Pero esto es apasionante. No podemos dar una imagen de inseguridad. Debemos dar una imagen de adultos, y ello no quiere decir que lo hemos de saber todo, pero sí algunas cosas.

Generalmente los adultos informamos. ‘Se debe hacer esto y aquello…’. ‘Es mejor esto…’.  Hoy que tenemos más información, la educación actualmente es mejor que antes, cuando todo era “siéntate y calla”. También orientamos. ‘Es que esto es para tal cosa o para la otra’. Tienes que comer verduras para esto y para aquello… ‘. ¡De acuerdo! Les damos argumentos de lo qué es mejor. Así en el futuro, los niños no sólo serán obedientes, sino que sabrá hacer las cosas cuando los adultos no están a su lado. Irán a algún lugar y sabrán que “esto sí toca y esto no porque… ‘. Tendrán argumentos. ¡Fantástico! Además los aconsejamos.

Una educación con angustia es débil. Si pensamos: ‘ ¿Y si lo frustramos?? ‘,’¿Y si lo traumatizamos? ‘, ‘¿Y si piensa que no le quiero? ¡Un momento! Vasta. La frustración es esencial, de la misma manera que una vacuna es imprescindible. La frustración nos ayuda a saber que hay una razón más allá de mi deseo, y que esta razón es aquello que necesito, que me va bien, que me ayuda. Al final, en los estudios que hacemos, los niños nos dicen ‘estoy frustrado, pero veo que me cuidan, que están ahí para mí! ‘. Por lo tanto, cuando dicen ‘No quiero ir a dormir’, la respuesta es: ‘ te entiendo. Te doy un beso, te abrazo y a dormir ‘ No se trata sólo de cuidar, sino también de la distancia, de vuestra estabilidad como la clave de este proceso de educación hacia el desarrollo de la persona.

Hagamos que nuestros hijos pueden desarrollarse y hacer en cada edad lo que les toca. El punto de partida no debe ser un problema o un freno, sino la oportunidad de hacer las cosas mejor. Preparar ensaladas, preparar el desayuno, la tortilla de patatas… a los diez años, o a los 11. ¿A los doce? Bueno, a los doce. ¿A la edad de catorce años? ¡Ai, que ya es tarde! ¿A los dieciséis años? Aquí ya patinamos. A los dieciocho años: ‘ ¡Ya no cuela! ¡Te he dicho que te haces la tortilla y la haces! ‘. Cada edad tiene sus cosas. No los infravaloremos. Ni los sobreprotejamos. ¿Sobreprotección? No, gracias. ¡Que espabilen! Ya veréis cuantas cosas maravillosas son capaces de hacer.