Actualidad y experiencias

«Escribo de manera abstracta los cuentos, las novelas y las poesías, y le doy un poco de dulzura para quien lo lea»

Rosa Maria nos cuenta dos cuentos relacionados con el latido del corazón.

Empecé a escribir hace tiempo, cuando estudiaba la antigua FP, durante mi tiempo libre. Me gustaba. Me hacía ilusión lo que veía, lo que leía y me sacaba un buen gusto, como la comida. A través de palabras, metáforas… producía un escrito, una poesía, con la curiosidad de que la gente se rompiera la cabeza para descubrir de quién hablaba.

Actualmente estoy a la Associació Literària de Constantí y soy socia de Ateneu de Tarragona donde, una vez al mes, voy a hacerles un cuentacuentos.

Aquí os dejo dos de mis cuentos relacionados con el corazón.

 

El reloj que vence

Charlie, de cinco años, de padres de diferente raza, tenía su vida en vilo desde que nació. Nadie le había comentado lo que tenía, solo su hermana gemela, que vivía con una señorita. Siempre le había costado hacer deporte cuando estaban en el colegio con los demás compañeros de clase

Un día, sin querer, en clase entró la enfermera para curar a un niño que se había caído en el patio y él, jugando, se tiró al suelo como un muerto, mientras curaban a su compañero. La maestra se dio un susto, pero hizo auscultar a Charlie. Entonces, él, todo nocivo, dijo que le dolía la cabeza, pero ella dijo que no, que su corazón sonaba como un reloj y que le funcionaba como un reloj de cadena.

Llamaron a los padres y vinieron con su hermana gemela y ella les explicó que tenía un poco delicado el corazón. Entonces la enfermera dijo que mirasen de hacer algo para que se volviese a sentir como siempre se sentía. Su corazón estaba muy delicado, pero… ¿Cómo había sucedido?

Charlie, cuando salió de clase, se fue rápido a ver a sus padres y entonces lo llevaron al médico a ver lo que le decía. Su corazón era un reloj y le faltaba muy poco para acabar en el hospital hasta que encontraran alguien que le diera uno.

Marchando del hospital, su hermana gemela le dio unas palmaditas y le dijo que debía ver un relojero, pero era broma. Charlie, el pobre, estaba bajo de ánimos. Entonces decidieron llevarlo a dar un paseo por la ciudad.

Él fue mirando todo, sin faltar otras cosas, y decidió entrar en una casa de inventos. Allí había un hombre con bata blanca y le dijo que si era médico. Él, como no le dijo que si, le auscultó el corazón y después se rascó la cabeza. Le dijo que le quedaban poco tiempo para vivir y que su corazón se había vuelto un reloj.

Entonces pasaron a la trastienda con su padre y su madre y el inventor les enseñó un reloj un poco especial. Lo tenía que llevar siempre alrededor de su cuerpo, pero que no se viera. Ellos quedaron atónitos. Les dijo también que cuando tocasen tres veces la hora de dormir, recuperaría su corazón.

Charlie hizo lo que tenía que hacer, así como el hombre le dijo.

Pasados unos días, Charlie en clase se desmayó. Tuvo que venir una ambulancia para llevarlo al hospital. Su corazón cedía. Aquel invento no le había funcionado.

Los padres llamaron al inventor, pero no lo encontraron.

Al pobre Charlie, entubado y con todo, le faltaban horas para caer. No encontraban la manera que le dieran otro corazón, porque operar no se podía.

Se quedó en la UCI inconsciente. Estuvo una semana y no había signo de él. Lo perderían. Entonces les dieron aquel reloj que le habían regalado, para que se lo pusieran, así marcharía en paz. Su hermana gemela, la pobre, lloraba a su lado mientras miraba como le ponían a su alrededor el reloj que le había regalado el inventor. Aquella noche decidió dormir con su hermano.

A la mañana siguiente, una tos la despertó. Ella, adormecida, vio que una mano la cogía. ¿Quién era? ¿Charlie? ¿Se había recuperado? Llamó a sus padres y cuando lo vieron con la cara más animada  llamaron a los doctores y detrás de ellos había el inventor.

Corrió hacía Charlie y le miro el corazón.

Su corazón ya latía como uno de normal y con más fuerza.

El invento había funcionado y él que creía que iba a mandar a Charlie al otro mundo…

Las horas se concordaron y desapareció ese reloj brujo de su corazón. Como el cambio de hora en las ciudades.

 

El tic-tac de un corazón

Eran las diez de la mañana cuando mi abuelo se levantó del diván donde veía la televisión y se notó algo en su pecho. Algo no muy cordial. ¿Qué podía ser? decía él. Marchó al jardín a recoger unas flores para poner el recibidor muy bonito, porque iba a recibir a un amigo y a su nieto que padecía, el pobre, del corazón.

Llamaron al timbre. El abuelo abrió la puerta. Era su esperada visita. Pasaron al salón y él los recibió primero con una buena ración de pastas y un buen chocolate caliente. El abuelo se sentó en el diván y de repente se sintió mal y, a más, el niño.

El pobre abuelo, que poco se podía mover, les ayudó a los dos a inclinarse en el diván y en el sofá.

El abuelo se repuso, pero al niño le costó, era el pobre golpe del corazón. Tenía 10 años y ahí estaba.

Su amigo le dijo que debía ir al médico enseguida. Y él, compasivo, dijo que no.

Pasaron los días y al final decidió marchar a su consultoría donde le dirían lo que le producía este dolor. Lo llamó su doctor y él le indicó que era en el pecho. Ahí no había nada y en el corazón… Pues el pobre se quedó boca abierto.

El médico le dijo que tenía un corazón que le hacía como un tic-tac muy pequeño y que necesitaba mucha alegría, que parecía el corazón de un niño el que tenía. Y él, sorprendido, preguntó qué debía hacer para recuperar su latido normal en el corazón. Le dijo que podía hablar con más gente que le afectara la enfermedad del corazón y él, pensando, se acordó de su amigo. Como tenía el teléfono, llamó desde la consultoría para que viniera el abuelo y el nieto.

Pasaron dos horas y aparecieron los dos por la puerta. El abuelo le explico a su amigo lo que le sucedía y entonces dijo que debía auscultar a su nieto, y ahí se hizo. Tanto y tanto mirar. Al niño le latía el corazón como un hombre de ochenta años. Pobre, ¿Qué había pasado? Pues…

El medico decidió de operar, pero no quedarían bien según él, pero que quedarían para hacer una prueba y si fuese necesario, pues… tendrían que hacer operación a corazón abierto.

El abuelo temía su muerte y el niño se quedó parado.

El otro abuelo les dijo que él era un poco brujo y había leído cosas así, pero creía que no eran necesarios.

Mi abuelo dijo pues sí. Ande monos rápidos y vayamos a ver esas cosas que has leído. Los dos fueron a casa de su amigo con el nieto y entonces sacó unos de sus libros y uno era el cambio de personalidad, pero no gustó. El próximo era el insomnio y el otro un hechizo. Ese sí, dijo mi abuelo.

Pues debían quedarse mirando la luna llena cuando saliera y mirarla tan fijamente hasta ver esa hada que en ella se encuentra y pensar en lo que desean con toda la voluntad. Los dos aquella noche, echados cada uno en su cama, abrieron los ojos y vieron la luna llena y entonces hicieron lo que les dijo su amigo.

Mi abuelo miró, miró… y de repente cayó la noche pensativa en ella.

El niño la miró… y cayó de repente pensativo en ella.

A la mañana siguiente se levantaron, pero no habían solucionado nada. Volvieron al médico ambos y los ausculto.

El abuelo con el niño fue el primero y… ¡Sorpresa! Su corazón sonaba a un corazón de jovencito, despacio y con armonía. Y a mi abuelo lo auscultaron y entonces también dijeron que tenía el corazón de un buen atleta.

Nada que los dos habían pensado y pudieron realizar su sueño nada más mirando la luna llena.

Eran como dos periquillos locos de alegría.

 

Rosa Maria Pérez