Actualidad y experiencias

«Es bonito saber que en cierto modo yo también puedo devolver lo que un día esta casa me dio»

Testimonio de Jordi Fernández Vives durante el Día del Voluntariado en Vall d’Hebron

Nací hace 24 años en la clínica Sagrada Familia de Barcelona con una cardiopatía congénita, al poco tiempo me llevaron a la Vall d’Hebron y me pusieron en manos del Doctor Casaldàliga, el Doctor Iglesias y el Doctor Murtra, entre otros. Puedo decir que aquí he vivido tres de los momentos más importantes de mi vida y miles de pequeños momentos que han marcado mi forma de ser y de vivir. Una de las cosas que más valoro de mi unidad es poder decir que hemos crecido juntos, que vieron como llegaba recién nacido para operarme por primera vez y… hasta hoy. Yo también los he visto crecer, algunos se han jubilado y me han dejado en las manos de los que un día conocí como a sus alumnos.

Hay muchas personas que asocio a este hospital. Doctores, doctoras, enfermeras, auxiliares, personal administrativo, pacientes con los que he compartido salas de espera, compañeros de habitación… Todas tienen algo en común, y es la cierta obligación de tener que cruzar en mi camino, sea como trabajadores de esta casa, sea como enfermos. Hoy nos han reunido aquí para reconocer el trabajo, el apoyo, la compañía y las horas que nos brindan otro grupo de personas, las que no tienen ningún tipo de obligación de pasar mañanas, tardes y otros ratos de día entre estas mil paredes que tiene la Vall d’Hebron.

Como Jordi paciente, los días que toca venir a revisión – soy paciente del Dr. Casaldàliga desde que nací y hasta que se jubiló y ahora lo soy de la Dra. Dos.- Pues bien, como les decía- cuando toca venir, la frase que en casa tenemos en mente es: Sabemos cuando entras pero no cuando sales. Cuando estamos bajando las escaleras hacia los sótanos de las consultas externas del materno-infantil el tiempo se detiene, y todo lo que llevamos del trabajo, la universidad, las preocupaciones del día a día… queda fuera. Y sólo hablo de las revisiones, en mi caso: eco, electro y visita. El aislamiento total llega el día que te han de ingresar, de entrada, todo se detiene.

A lo largo de mis 24 años he hecho cuatro estancias aquí en el hospital. La primera a los pocos meses de nacer, un par cuando tenía entre 12 y 13 años (cateterismo y segunda operación) y la última debe hacer algo de poco menos de 3 años.

La primera, evidentemente no la recuerdo y de la última fue un puro trámite, sabía que había llegado grave en el hospital pero cada día era una prueba más a pasar por volver a casa. Evidentemente el trato que recibí por parte del personal de la casa fue excelente, siempre lo ha sido, pero mi meta era marchar y disfrutar mucho de las visitas de los amigos, la familia y las conversaciones con algunos de los compañeros de habitación.

El segundo y tercer ingreso los cuento como uno, un pack. Pues mirad, a pesar de ser igual de incierto y peligroso que los demás, es lo que recuerdo con un color más claro, lo que a pesar de ser consciente de qué había y de cómo era de extraordinaria la situación, puedo decir que hubo momentos que disfruté y que, como cuando estás de campamentos, sabía que echaría de menos. Se vivía un ambiente que como paciente y como niño valoraba y ahora con el tiempo lo valoro aún más porque tanto a mis amigos de habitación como a mí nos parecía lo más normal del mundo. Por ejemplo, el hecho de poder seguir haciendo clases y trabajo de la escuela en el hospital no habría sido posible si no hubiera sido por aquella chica que nos esperaba en el Aula cuando bajábamos de planta, si no recuerdo mal dos tardes a la semana.

Pensando en aquellos días también me viene una imagen en la cabeza, muy bonita, casi un cuadro o una fotografía de aquellas para enmarcar: la puerta de la habitación que había delante de la sala de juegos abierta y los más pequeños de la planta maravillados con los globos y juegos que les hacían los payasos que ese día habían venido a animar a todo el mundo que corría por allí.

Estos sólo son dos recuerdos, podría explicar más, y como yo, cada paciente, cada madre, cada padre, cada pareja, cada persona que en definitiva, directa o indirectamente ha sido paciente del hospital. No los podríamos recordar sin estas personas y estas entidades a quien hoy debemos reconocer este trabajo que hacen. Normalmente utilizamos adjetivos para definir personas, hoy usaré verbos para explicar cómo recuerdo que me hicieron sentir los voluntarios con los que me he topado a lo largo de estos años: me acompañaron, me hicieron reír y sonreír, me conectaron con lo que pasaba fuera, normalizaron una situación difícil… Podría seguir con esta lista de verbos pero no me gustaría terminar sin hablar de la otra cara que hace que valore las personas y entidades de voluntariado que nos hemos encontrado hoy aquí.

Hace un año participé como testigo en La Marató de TV3, a parte de los 10 minutos de entrevista, aquellas semanas previas descubrí que los Payasos de Hospital, y los maestros de las Aulas, por ejemplo, eran sólo la punta del iceberg, había muchos otros voluntarios y voluntarias como es el caso de quienes mediante su experiencia como ex-pacientes, pacientes, familiares o personas vinculadas con el hospital o con una enfermedad concreta se dedican a dar apoyo, compañía y perspectiva a quienes ahora están en la situación por la que estos voluntarios ya pasaron. Me gusta poder considerarme, aunque sea desde hace poco tiempo, dentro de este grupo. Es bonito saber que en cierto modo yo también puedo devolver lo que un día esta casa me dio. Y aún más bonito es pensar que hay y habrá muchos «Jordis» y muchas «familias de Jordi» que a pesar de las circunstancias adversas, su paso por el hospital les es más fácil en gran parte al testigo, dedicación y compañía de estas personas voluntarias.

Por último y ya termino, reconocer también la cara más «voluntaria» de los doctores, doctoras, enfermeras, auxiliares y trabajadores de la casa, esta parte humana que hace que sienta el Hospital de la Vall d’Hebrón, la Residencia que le decíamos con mis padres. Una segunda casa, un círculo de confort, porque además de controlar nuestras enfermedades nos conocéis, nos acompañáis, nos cuidáis, nos animáis, sois sinceros y nos mimáis. Y esto es muy grande para nosotros y los nuestros.

Hoy, como el día de La Marató, o este verano que vine a grabar una cápsula sobre mi experiencia como paciente por el aniversario del Hospital, me siento un poco como aquel ex alumno que vuelve a la escuela donde iba de pequeño para explicar a qué se dedica actualmente y hace memoria de todo lo que vivió. En este caso, en mi caso pero, por suerte todavía me quedan muchísimos años para que seguir viniendo a esta escuela.

Gracias.

 

Jordi Fernández Vives