Editorial

“El teatro recoge el latido de la vida”

Jaume Comas, actor y patrón de la Fundación CorAvant

Hace muchos años que conoces la Asociación de Cardiopatías Congénitas. ¿Cómo llegaste a ella?

Hace tiempo como responsable del Departamento Social de AISGE – entidad de gestión de derechos de la propiedad intelectual de los artistas, creada recientemente-  tuve la idea de racionalizar y profesionalizar el servicio y contraté algunos trabajadores sociales. Fue entonces cuando conocí a Maria Rosa Armengol, actual Gerente de la Asociación de Cardiopatías Congénitas y CorAvant. He estado en contacto con AACIC desde hace años y he tenido la oportunidad de colaborar a menudo con ellos en diversas campañas de la Gran Fiesta del Corazón en el Parque de Atracciones del Tibidabo, en la celebración de los 15 años de AACIC en La Pedrera de Barcelona, o en la implicación de la Asociación con la Maratón de TV3.

Todos te conocemos por tu faceta de actor. ¿Qué representa para ti el teatro?

El teatro es la representación de la vida. Y la vida es lucha, aprendizaje, conocimiento, comunicación, superación, búsqueda de bienestar — llamadla felicidad, llamadla paz con uno mismo — o, dicho de otro modo, es alegría y diversión, es deseo, ansiedad y dolor, es todo junto, pero también es compartir, es decir, solidaridad. De hecho, no somos nada sin los demás. Superamos nuestros estados de ánimo y somos capaces de sentir intensamente sólo cuando lo hacemos en compañía. Vida y teatro: experiencia y representación, realidad y fantasía. Y, está claro, los demás no solo son los familiares, amigos, conocidos… también aquellos que son diferentes a nosotros… El teatro me ha ayudado a tener una mirada crítica, porque aunque no es un espejo exacto de la sociedad, ni un reflejo más o menos afortunado, sí que incluye el latido de la vida. La representación dramática es una experiencia vital compartida. Y, por lo tanto, no es mi vida, tu vida, su vida, sino nuestra vida. Por eso el teatro, además de ser un ágora de información, de exposición de ideas y de confrontación de argumentos, y además de ser el espacio colectivo donde se muestra lo mejor y lo peor de nuestros sentimientos, además de ser la casa de la diversión y de la reflexión, es la casa de todos, es decir, abierta a todas las creencias, incluso para los que no la tienen. La representación dramática, el buen teatro, nos enfrenta a nuestra conciencia.

Hace poco presentó su tesis doctoral sobre una parte de la historia del teatro. Si no recuerdo mal, la Barcelona de finales del siglo XIX y principios del siglo XX…

La tesis que presenté habla sobre la historia del teatro en Barcelona a partir de 1898 a 1914, unos años en los que hubo cambios ideológicos, sociales y políticos cruciales para entender el siglo XX. Es el período anterior a la  Gran Guerra, como llamábamos entonces y hemos bautizado como la Primera Guerra Mundial. Cambios literarios, artísticos, estéticos, laborales, organizativos. La violencia explota irracional con consecuencias irreparables. La transformación no es poca cosa porque certifica, en cierta medida, el final de los regímenes preindustriales. El teatro recoge  el latido de esa Barcelona menestral que, con la segunda Revolución Industrial, crece y afronta nuevos retos en gestión urbana y de servicios, entre la tensión de un estado militar decadente, una burguesía que se enriquece rápidamente y la consolidación del movimiento obrero que lucha por su dignidad.

¿Qué papel cree que tienen las fundaciones dentro de la sociedad actual?

Es una solución jurídica. Creo que en una futura sociedad nos podríamos organizar de otra manera, es decir, que las fundaciones no son instituciones imprescindibles. No deben existir, fatalmente, necesariamente. Como todo en la vida, las fundaciones, por el momento, tienen virtudes y defectos. Sin embargo, vivimos en una sociedad donde el bien público no está bastante bien considerado, ni protegido. No somos suficientemente conscientes de la cultura del bien público. No lo tenemos muy claro, porque profesamos ideas que no acabamos de creer. Nos limitamos a exigir los beneficios de los servicios públicos, pero no respetamos los deberes que derivan de ello.  La sanidad, la educación y los servicios básicos, como el agua y la electricidad, los vivimos con una ambivalencia esquizofrénica: estamos afiliados a la Seguridad Social y al mismo tiempo pagamos una cuota a una mutua privada de asistencia sanitaria; incluso en algunos contratos  laborales muchas compañías y empresas nos impulsan a ello; la titularidad pública y privada del agua y de la electricidad convive con concesiones del servicio que conforman un galimatías incomprensible. Con ello quiero decir que dentro de nuestra sociedad no definimos claramente los límites de empresas y entidades privadas y públicas. No es una cuestión menor. No conozco con detalle el alcance y el funcionamiento del Tercer Sector, yo sólo me limito a aportar mi granito de arena con cierta asiduidad. Francamente, tengo la sensación de poca eficiencia con lo que hago, como un mal sueño que no avanza y alguien que te amenaza y está a punto de atraparte. Por suerte hay entidades que defienden los intereses de los más vulnerables. Supongo que la privatización de empresas de tradición monopolistas, como la antigua Telefónica, o la nueva tendencia oligopolística, para no hablar de la economía especulativa, son el nuevo marco que ha torpedeado la línea de flotación del estado del bienestar. Las fundaciones del Tercer Sector aparecen, pues, como una medida paliativa de la situación actual y por ello me parecen coyunturalmente necesarias.

¿Cómo ves la Fundación CorAvant en este momento?

Tiene un largo camino por delante. Es una fundación muy joven y todavía no ha enfrentado los retos que se le plantean teóricamente.

Confío plenamente, porque cuenta con incontestables profesionales que se han formado en la calidez de AACIC. La experiencia de estos años – afectados, familias, personal médico y asistencial — es tan importante que estoy convencido que fructificará en la Fundación. CorAvant debe abrirse a la investigación, con todo lo que ello conlleva: captación de recursos financieros; priorización de líneas de investigación; establecer convenios con diversos centros; la combinación y la interconexión de esfuerzos con otras entidades, fundaciones, centros de investigación, asociaciones; análisis y evaluación de la dinámica y el impacto real de actuación. CorAvant debe ser decidida y valiente. Si nos quedamos parados, no saldremos adelante.

Y para terminar, como padre y abuelo, ¿qué consejo daría a los jóvenes en la etapa que están viviendo?

Sé que todo el mundo vive la adolescencia de la exclusividad más irreductible. De hecho, es el tránsito en el que descubrimos que somos únicos y que nadie nos puede entender. A los adolescentes sólo les digo una cosa: que hablen. Hacerse adulto es, en parte, saber expresarse. Pensad que el arte de la comunicación tiene dos momentos: decir y parar la oreja. Se aprende a hablar cuando sabes morderte la lengua de una manera oportuna. Sabes callar cuando buscas la palabra correcta. Yo les diría que hablen y que callen. Que charlen y que escuchen. Que hablen, que no se dejen nada por decir, que reivindiquen, que discutan, pero también que escuchen, cortésmente, sin insulto. Tres consejos: —  ¡atención! — primero, que hablen; en segundo lugar, que hablen; y, por último y en tercer lugar, que hablen.