Editorial

«No te transformas por un pensamiento, te transformas por un sentimiento»

Las relaciones humanas son la clave de la felicidad. Pensamos que Àlex Rovira nos podría sugerir algún truco, alguna fórmula para mejorar nuestra relación con los demás

Àlex Rovira es alto, de constitución fuerte. Es un conversador entretenido. Explica las historias con palabras sencillas y llenas de detalles que te hacen ver aquello de lo que habla. Escuchadle, si tenéis oportunidad. Nosotros queríamos hablar con él de las relaciones humanas: ¿de qué sirve tener un buen fajo de billetes en el banco y una salud de hierro, si no somos capaces de establecer lazos de afecto con personas que nos rodean?  y al revés: una amistad te acocha cuando vas flujo de chaleco y cura con su compañía si tienes la salud delicada. Las relaciones humanas son la clave de la felicidad. Pensamos que Àlex Rovira nos podría sugerir algún truco, alguna fórmula para mejorar nuestra relación con los demás. Se lo preguntamos.

Hay personas -en el barrio, en el trabajo o en la misma familia- con quien me es difícil relacionarme. Y pienso que sería mejor resolver las diferencias, pero no encuentro la manera. ¿Está seguro que puede mejorar una relación así?

Por supuesto que sí. Di: ¿crees que puedo aprender a pintar, yo?

¡Creo que sí!

Yo no he tirado nunca con arco y flecha. ¿Crees que puedo aprender?

Bueno, si se pone…

Todas las competencias son mejorables. Para mejorar una relación debe producirse un cambio, una transformación, y en cualquier transformación sabemos hoy que hay una serie de etapas.

La escucho…

La primera etapa es la confianza. Si no hay confianza no se da el paso para transformar nada. La segunda etapa es la actitud. Debes querer. En tercer lugar, el conocimiento, saber.

Muy bien. Tengo confianza y, aunque, tengo la actitud de querer transformar mis relaciones, no es tan claro que sepa cómo hacerlo…

De acuerdo. A mí me gustaría escribir como Miquel Martí i Pol. ¿Podré escribir como él? Seguro que no…

¡Pensaba que diría que sí!

Yo no soy él, y por eso nunca escribiré como él, pero trataré de expresarme como los poetas que me conmueven y seguro que con los años mejoraré la escritura. El saber, la habilidad y el fruto en cualquier transformación surgen del trabajo, la perseverancia, la ética y la lógica. Si las aplicas, funcionan.

¡Ahora me doy cuenta! Esperaba que Àlex Rovira sacara de la manga una fórmula mágica, una palabra que, repetida tres o diez veces, resolviera mis problemas.

Bueno, entiendo lo que dice.

Sí, pero la comprensión racional, conocer los principios, métodos o mecanismos que nos ayudan a transformar y mejorar la existencia no garantiza en absoluto la puesta en práctica. La palabra agua no moja.

Diga, diga…

No te transformas por un pensamiento, te transformas por un sentimiento. El físico alemán Albert Einstein decía que normalmente llegamos a una conclusión cuando nos cansamos de pensar. El pensamiento te lleva a la conclusión, pero lo que hace que actúes es la emoción.

Entiendo las palabras, pero no sé si comprendo el significado.

Piensa en las revoluciones de Egipto, Siria y Libia. Todo el mundo sabía que eran dictaduras. Lo sabían racionalmente, pero ha sido la rabia por la dignidad pisada que ha llevado a una transformación.

Lo que hemos leído y lo que hemos visto de aquellos hechos parecía imposible, sí.

Cuando un ser humano siente que se pisa su dignidad, se transforma. Es el caso de la mujer que decide separarse del maltratador. O cuando un empleado deja el trabajo y denuncia su jefe.

Así, los sentimientos, las emociones, son la energía del motor que lleva hacia una transformación.

Y aún puedes añadir un pensamiento del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito. Él decía que si queremos un mundo de paz y justicia, debemos poner la inteligencia al servicio de la paz y el amor. El poeta romano Virgilio decía: «Ama y haz».

Hay personas que saben resolver bastante bien sus conflictos y hay otros que tienen la habilidad de complicar las cosas.

Esto tiene que ver con las inteligencias diversas. Tenemos una inteligencia de tipo lógico-racional, una operativa, y también una de moral. ¿Por qué hay gente que tiene principios y gente que no, qué hace que el decente busque el bien común y el indecente no pueda salir de su egoísmo? Seguro que la inteligencia emocional social nos puede ayudar a mejorar las relaciones.

¿Hasta qué punto cree que nos condicionan, estas inteligencias?

Hay umbrales de máxima competencia, pero todo el mundo tiene la capacidad de transformar y transformarse. No diría que estamos condicionados, pero sí que cada uno de nosotros está en una especie de pista de salida, como en una de esas pistas de los saltos de esquí. Tenemos un talante que nos lleva a preferir y hacer bien algunas cosas.

Hace un año y medio nos reencontramos con gente de la escuela de cuando tenía ocho, doce, trece años… A uno de estos amigos reencontrados le comenté que, salvo dos o tres casos, estaba muy definido lo que haría cada uno de mayor. Quien pensaba que sería botánico era botánico.

¿Ha sido éste, su caso?

Diría que sí. Los padres me decían que ya de pequeño hacía preguntas sobre la identidad y el sentido de la vida. Dicen que les preguntaba: «¿Quién soy yo?». Ellos me decían que yo era Àlex, claro. Y yo les respondía que Àlex era un nombre, pero que no era yo.

¡Sr. Rovira, sus padres debían estar asustados!

Lo que sí recuerdo es que tenía empatía con los sentimientos de mis compañeros. Me ha interesado siempre, el comportamiento humano. A mí me gustaba ser maestro, pero también la medicina, y la psicología. Y ahora me dedico a escribir libros que esconden una cierta pedagogía.

Alex Rovira nos cuenta que tenía el esquema de una novela que se había de titular El vendedor de suerte, que trataba de un hombre que iba por el mundo haciendo reflexiones. Le comentó la idea a un socio y amigo, Fernando Trias de Bes, y empezaron a trabajar.

«Una noche leyó el embrión del libro a su hija, Laia. La niña, que tenía seis años, le dijo que era el relato más bonito que nunca le había contado. El éxito de aquel relato en forma de fábula, La buena suerte, fue abrumador».

Los humanos atribuimos a un factor incontrolable cosas que muchas veces dependen de cómo te sitúes ante la vida. Cuando preparábamos el libro La buena suerte, encontré un texto de un filósofo alemán, Artur Schopenhauer, que dice: «El azar reparte las cartas, pero tú las juegas». Muchos filósofos dicen que la suerte es una combinación de variables incontrolables, azarosas, exógenas, con una respuesta o una actitud internas controlables endógenas. ¿Y sabes que decía Albert Einstein de la suerte?

¡Me tendrá que ayudar!

Einstein decía: «La suerte es una función de parámetros desconocidos». Un ejemplo: si lanzo una moneda al aire, tengo el cincuenta por ciento de posibilidades de acertar si saldrá cara o cruz. Pero si conozco todos los parámetros -el peso de la moneda, la velocidad con que la lanzo hacia arriba, la resistencia del aire, etc.- tendré más posibilidades de acertar, ¿verdad?

¡No tengo ninguna duda!

Un pensador clásico español del tiempo del Imperio Romano, Séneca, afirma que en la suerte confluyen preparación y oportunidad. Eso que llamamos suerte, ser oportuno, tiene que ver con algo que tú no controlas, pero también con cosas que controlas. Si creas las circunstancias propicias, la suerte llegará.

¿Cómo es que la mayoría de sus libros han sido éxitos de ventas?

Intento escribir desde el corazón. Yo había publicado La brújula interior, que es más reflexivo. Cuando escribía La buena suerte, dejaba el manuscrito a la familia y los amigos, y nadie me lo devolvía. Todo el mundo lo había dejado a alguien. Es un libro sencillo. Yo pensaba que estaba lleno de obviedades, pero a menudo obviamos las obviedades. Tocó una cuerda emocional y transcultural.

¿Tuvo un poco de suerte?

Sonríe) Nos lo trabajamos. Para mí sería mucho más fácil hacer un ensayo sobre las estructuras de personalidad, por ejemplo. Hacer un relato o un cuento que atrape al lector y que provoque una reflexión me resulta más difícil. Tienes que encontrar la metáfora, el argumento, y escribirlo de manera que cuando lo leas parezca muy sencillo, como si aquello que lees te lo estuviera contando un amigo.

¿Le molesta que alguien califique algunos de sus libros con la etiqueta de autoayuda?

No me quita el sueño. Te lo digo con convencimiento. En Japón ponen mis libros en los estantes de filosofía. En otros lugares los puedes encontrar bajo la etiqueta de manejo, y también de autoayuda, sí. Fíjate, sin embargo, que no son libros con recetas. Están hechos desde un estilo más mediterráneo que anglosajón. Más que manuales son reflexiones.

Usted es economista. Era profesor de una de las escuelas internacionales de negocios más prestigiosas de Barcelona -ESADE- y tenía un despacho, una consultoría. ¿Es muy diferente su vida actual de la anterior a los éxitos con la escritura?

Sigo haciendo cosas muy parecidas. Aun doy clases y seminarios y también asesoro empresas, pero desde otra perspectiva.

Usted daba clases de marketing. Hablar de marketing provoca respuestas extremas: se habla muy bien o muy mal. ¿Qué nos diría usted?

El alquimista medieval Paracelso decía que el veneno está en la dosis. Con una pistola se puede matar a una persona, o puedes usarla para lanzar una bala de luz una noche en alta mar, o en la nieve, para encontrar a alguien que se ha perdido.

Muchas veces se utilizan las herramientas del marketing para manipular el deseo. El deseo se puede manipular, y hacerlo para vender tabaco conociendo los efectos que tiene en la salud es cuestionable. Yo me di cuenta de que hacía objeción de conciencia demasiado a menudo.

¿Cómo resolvió este conflicto?

Me motivaban más los temas de innovación, cómo desarrollar nuevas ideas. Quería entender cuáles son nuestros mecanismos, cómo funcionamos, cómo podemos cambiar, mejorar, cómo podemos ser buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos, e hice de ello una prioridad.

Comento a Alex Rovira que la continuidad y la supervivencia de las organizaciones y las entidades comportan que se profesionalicen los planteamientos. Me pregunto si en este proceso se puede perder una parte de aquel atractivo que tiene una entidad y que hace que las personas se involucren, colaboren con generosidad.

Sé a qué te refieres. Es difícil de describir, pero se siente muy claramente. Estás hablando de la percepción de autenticidad, de honestidad, la nobleza de espíritu, la elegancia espiritual.

¿Lo podemos perder eso?

Quién tiene una buena idea, que ofrece una buena solución, que hace un buen trabajo no debe temer.

Quién es Àlex Rovira

Economista, escritor y asesor.

Es el autor del libro La buena suerte (2004), un relato en forma de fábula que creó a partir de investigar que decían sobre la buena y la mala suerte filósofos, científicos, místicos, emprendedores…

El libro fue un éxito inesperado. Se vendieron más de cuatro millones de ejemplares en cuarenta países, y se continúa vendiendo. Desde entonces no ha parado de escribir, ni de viajar.

Vive en el Montseny, pero pasa la mitad del año fuera de casa haciendo conferencias, impartiendo seminarios sobre innovación, creatividad y relaciones humanas o presentando alguna de las obras. Ha publicado una decena. A menudo escribe en colaboración con alguno de sus socios y amigos de toda la vida. Explora géneros diferentes: el ensayo, la novela, el cuento… Elige la forma que cree más efectiva para cada historia que se propone contar.

Àlex Rovira acababa de presentar su último trabajo, El mapa del tesoro, cuando nos recibió en el piso que tiene alquilado en Barcelona. Esta vez, el autor se pregunta qué tienen en común diez personajes que con sus ideas innovadoras han cambiado algún aspecto de nuestra vida.

En medio de esta carrera de éxito llegó su hija Mariona. Nació con una cardiopatía congénita de mal pronóstico. Rovira lo ha explicado en un relato mágico y conmovedor del que nos ha permitido publicar unos fragmentos para todos vosotros en este boletín.

Mariona nace con una cardiopatía

«Un día te levantas. Estás esperando el nacimiento de un hijo. Y este hijo nace con una cardiopatía de diagnóstico y de evolución incierta. No reaccionas. Mariona estuvo semanas en el hospital y nadie nos podía decir si sobreviviría. En momentos así, conectas con sentimientos muy profundos de impotencia y de fragilidad. Yo he vivido la muerte de cerca más de una y de dos veces. »

«Yo he perdido a seres queridos repentinamente, por accidentes, por enfermedades, por cánceres… La desgracia es profunda. Todos sabemos que tenemos que morir, pero no nos lo creemos. Nadie puede garantizar que dentro de medio minuto estará vivo. Lo único que tenemos realmente es el presente y la capacidad de amar. »

De la capacidad de amar, de mostrar afecto, de generosidad, Àlex Rovira recuerda otro detalle que vivió en aquellos días que Mariona estaba en el hospital.

«Hay cosas que no te esperas. Y pasan constantemente, si lo miras. Un día que estábamos en San Juan de Dios visitando Mariona, nuestra hija, me fijé en un médico, en la sala de las incubadoras. Se acercó a uno de los niños, el más pequeño y frágil, lleno de cánulas por todo el cuerpo. El médico, un señor mayor, hizo todo el protocolo de supervisión de los aparatos que mantenían en vida ese niño, pequeño, pequeño. De repente, veo como aquel médico de pelo canoso se sube las mangas, se sienta, pone las manos a través de las mangueras de la incubadora, empieza a hacer caricias al pequeño y le canta una canción de cuna. Yo lo viví como un momento de epifanía. Quizás esto era lo más normal para él, pero yo no esperaba ver algo así. «