Editorial

El engaño

Aparecen en las redes antiguas frases de políticos y celebridades. Los discursos, las intenciones, las alabanzas de antes y ahora son diametralmente opuestos. Flagrantes contradicciones. Mentiras de antes y de ahora.

Sobrevivimos en un mundo en el que la palabra dada se desbrava de manera inconsistente. A pesar de que la lealtad, la fidelidad y la decencia se basan en la promesa solemne y el juramento sobre la Biblia, el sistema parece una estafa.

El signo más visible de la decadencia, del debilitamiento moral que lleva a la desconfianza social y la desesperación, es cada vez  es más evidente que tiene que ver con el engaño. Sin embargo no todos los grados de disimulación deben ser considerados perniciosos y ni tan solo negativos. El disfraz y todo lo que se refiere a la apariencia externa y all arte de la imitación son recursos lúdicos que carentes de mala intención, en el fondo los percibimos como expresiones inocentes e incluso  divertidas.

Y como ahora, que estamos muy cerca de la fiesta que todo lo trastoca, el carnaval nos invita a voltear los papeles, géneros, funciones, a estrenar un nuevo estilo y a mudar la compostura. Reorientar, aunque sea esporádicamente  y sólo una vez al año, es una sacudida a la rutina saludable y necesaria. Bienvenido pues el cambio de chip. Pero hay otra clase de engaño que debe evitarse. No es fácil de vencer, por el contrario, ya que es una corriente que se ha instalado como un virus en la rutina política, mediática, intelectual, social y escolar  y  ha terminado de pasar a la esfera doméstica. Cuando el engaño afecta a la persona, cuando enraíza en la propia conciencia, el daño ya está hecho. El autoengaño, es decir, engañarse a uno mismo, es vivir sin salud. La máxima latina de “mens sana in corpore sano” la hemos asumido como el culto al cuerpo y se ha instalado como un consejo para que no nos preocupemos, equiparable a la advertencia pusilánime de los padres que habían sido saqueados  de la guerra y decían “piensa como quieras, pero no te líes, no te metas en política”. Para los ciudadanos romanos no era en ningún caso una recomendación para desatender la responsabilidad. No pretendían vivir sin tensiones, sino superarlas con entrenamiento y el esfuerzo, hijos de la voluntad. Y si queremos recuperar el sentido primigenio de la dicha,  hoy deberíamos revertirla para poder enderezar con eficacia la inercia con la que nos engañaba el virus del engaño. Corpore sano in mens sana. La primera condición de la salud sería, pues, la sinceridad, porque el cinismo moderno nos lleva a la decepción y a la improductividad: un mal negocio.

 

Jaume Comas
Fundación CorAvant